En mi larga trayectoria observando la administración pública, he aprendido que los escándalos de contrabando internacional de combustible suelen ser solo la punta del iceberg. Por eso, el reciente anuncio público del Secretario de la Marina no me sorprendió por su existencia, sino por su valentía. Admitir la corrupción en las aduanas después de dos años de investigación silenciosa refleja una lección que muchas instituciones nunca aprenden: la opacidad alimenta la desconfianza, mientras que la verdad, por dura que sea, sienta las bases de la credibilidad.
Las palabras del Secretario Raymundo Pedro Morales Ángeles en el Zócalo capitalino durante el desfile conmemorativo resonaron con un eco de autenticidad raro en la esfera política. “Fuimos nosotros mismos quienes dimos el golpe de timón“, declaró. Esto me recordó una anécdota de mis primeros años: un superior me dijo que una institución se define no por sus errores, sino por su voluntad de rectificarlos. Aquí, la Marina aplicó ese principio al destapar una red de mandos navales involucrados en actos reprobables. No fue un acto de debilidad, sino de fortaleza institucional.
Me llamó la atención que, hasta la semana pasada, el discurso del Almirante no estaba agendado. En los ensayos del Desfile Militar, solo se anticipaban las intervenciones del titular de la Defensa Nacional y de la Presidenta Claudia Sheinbaum. Esta improvisación estratégica, en el contexto del huachicol fiscal, demuestra una agilidad pragmática que solo se adquiere con experiencia. A veces, los momentos más decisivos no se planifican; se ejecutan con convicción.
Morales Ángeles enfatizó que fue mediante un ejercicio de sabiduría, sensatez y humildad que se confrontaron estos flagelos. En la práctica, he visto cómo la corrupción se enquista cuando se niega o se encubre. La decisión de poner estos actos “ante la ley, ante la conciencia y el escrutinio de las y los mexicanos” es un antídoto contra la impunidad. No es solo un mensaje para la ciudadanía, sino una advertencia interna: en la Marina, el mal no encontró lugar ni abrigo.
Reflexionando, este episodio enseña que la integridad no consiste en ser perfecto, sino en tener el valor de enfrentar las imperfecciones. La autocrítica pública duele, pero como bien dijo el Secretario, hubiera sido “absolutamente imperdonable callarlo”. Es una lección de gobernanza que trasciende lo militar y se convierte en un ejemplo para todas las instituciones mexicanas.



















