La moneda ecológica que pretende salvar el planeta
En un acto de heroísmo burocrático sin precedentes, el Banco de México ha decidido que la solución a todos nuestros problemas ambientales reside en una moneda de un peso fabricada con materiales ecológicos. La gobernadora Victoria Rodríguez Ceja, en un alarde de visionaria modernidad, anunció que este prodigio numismático comenzará a circular en diciembre, mientras el resto de las piezas de dos y cinco pesos esperarán pacientemente su turno para el próximo año, porque la sostenibilidad, como el buen vino, debe tomarse con calma.
El espectáculo de la ilusión monetaria
Este episodio tragicómico fue revelado durante la presentación del Informe Trimestral de la Inflación, donde se confirmó que no hay planes para un billete de dos mil pesos. Al parecer, mientras el poder adquisitivo se evapora más rápido que el agua en el desierto, nuestras autoridades se concentran en el verde de las monedas, no en el de nuestros bolsillos.
El Programa Institucional 2025-2030 de la Casa de Moneda de México promete una migración ecológica que durará cinco años. Cinco años para cambiar el metal de unas cuantas monedas, un ritmo que haría sonrojar a una tortuga con sobrepeso. La idea, nos dicen, es crear piezas más baratas y sustentables, porque nada dice “economía circular” como producir más objetos de metal en un planeta que se ahoga en residuos.
El gran teatro de los materiales nobles
Las nuevas monedas mantendrán el mismo diseño, peso y dimensiones. Solo cambiará el material: acero recubierto de bronce sustituirá a la aleación de bronce-aluminio. Rodríguez Ceja asegura que serán aceptadas en todos los equipos que aceptan monedas, lo cual es un alivio, porque imaginemos el caos si los expendedores de boletos del metro comenzaran a rechazar nuestro patrimonio ecológico.
México se une así a la tendencia global del acero recubierto, siguiendo los pasos de la Royal Canadian Mint y el Banco Central Europeo. Porque cuando se trata de soluciones innovadoras, nada supera copiar lo que otros ya hacen. La Casa de Moneda reconoce que esto contribuirá a reducir la huella de carbono, aunque no especifica si contabilizan la huella de las reuniones interminables donde se discuten estos trascendentales cambios.
El elemento central de esta acuñación responsable son los criterios ESG (Medioambientales, Sociales y de Gobernanza), que pretenden reducir el uso de agua y minimizar el impacto ambiental. Una ironía suprema considerando que estas monedas circularán en una economía donde el agua escasea, la desigualdad social crece y la gobernanza brilla por su ausencia.
En resumen, mientras la inflación devora salarios y la crisis ambiental se intensifica, nuestras autoridades nos ofrecen el consuelo filosófico de una moneda ecológica. Un símbolo perfecto de nuestra época: pretendemos resolver problemas estructurales con gestos cosméticos, creyendo que cambiar el metal de una moneda equivale a cambiar el sistema. Swift y Orwell se sonreirían con amarga satisfacción ante este esperpento.


















