En el sagrado recinto del Centro Estratégico Militar de Acopio, un templo donde los discursos se almacenan junto a las despensas, la Gran Orácula del Bienestar Nacional, Claudia Sheinbaum, presidió el ritual semestral de autocelebración gubernamental. Allí, donde las calamidades naturales se transforman mágicamente en oportunidades publicitarias, se honró no a las víctimas, sino a los funcionarios que lograron convertir el desastre en material de archivo para spots patrióticos.
“No permitan que nadie minimice su entrega”, arengó la Mandataria a las Fuerzas Armadas, como si alguien osara cuestionar el monopolio estatal del heroísmo. Porque en este gran teatro nacional, el uniforme no es tela, sino piel sagrada que convierte al portador en estatua viviente del régimen.
El espectáculo contó con la presencia de los sumos sacerdotes regionales: los gobernadores de Hidalgo, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí y Veracruz, quienes tras abandonar sus tronos locales acudieron a recibir su porción de gloria refleja. Juntos formaron el círculo virtuoso donde la tragedia ajena se convierte en mérito propio.
La sacra liturgia de los números
El general Ricardo Trevilla Trejo, sumo contador de la patria, recitó el rosario estadístico como si leyera un poema épico: “372 mil 471 metros lineales de vialidades despejadas, 1,514 árboles sacrificados, 6,163 viviendas desazolvadas”. Cada cifra, un verso en el gran poema burocrático donde lo importante no es salvar vidas, sino generar indicadores de gestión.
Mientras, el almirante Morales Ángeles competía en esta olimpiada del auxilio con sus propios números sagrados: “181 mil 273 metros cúbicos de basura, lodo y escombros” removidos. La naturaleza había sido derrotada por la contabilidad.
La economía de la gratitud
El clímax del ritual fue la distribución de 455 condecoraciones, cuidadosamente dosificadas: 120 para el Ejército, 30 para la Fuerza Aérea, 120 para la Guardia Nacional… como si el valor pudiera empaquetarse en lotes simétricos. La patria agradece, pero con estricto control presupuestal.
Entre medallas y discursos, se estableció el mayor puente aéreo de la historia, no para evacuar damnificados, sino para transportar la pesada carga de la autocomplacencia oficial. 494 toneladas de insumos palidecen ante los kilos de retórica distribuidos.
Así funciona la maquinaria: las lluvias arrasan, el pueblo sufre, el gobierno cuenta, mide, clasifica y finalmente se premia a sí mismo. La verdadera emergencia no son las inundaciones, sino esta ceremonia donde la necesidad ciudadana se convierte en excusa para el autohomenaje estatal.
Al final, todos contentos: los funcionarios con sus medallas, los gobernadores con su foto protocolaria, y la población… bueno, la población siempre tendrá la esperanza de que en el próximo desastre, las cocinas móviles lleguen antes que los equipos de comunicación social.

















