La nación impecable que emerge de los escombros
En un alarde de modestia que conmovería al más estoico de los diplomáticos, la Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, desde su trono en Palacio Nacional, ha proclamado al orbe un descubrimiento antropológico sin precedentes: México es, oficialmente, el ombligo del universo en materia de gestión de catástrofes. Mientras cinco entidades federativas intentan recordar cómo se veía la tierra firme, la máxima autoridad del país ha encontrado en el caos hídrico la oportunidad perfecta para un ejercicio de autoelogio comparativo.
Con la solemnidad de quien anuncia una ley física fundamental, Sheinbaum explicó durante su conferencia mañanera que el expresidente Andrés Manuel López Obrador no solo domesticó los mercados o espantó a los fantasmas neoliberales, sino que perfeccionó el arte de la respuesta ante emergencias hasta niveles que harían sonrojar a Noé. El arca, al parecer, era un improvisado bote de remos comparado con el protocolo actual.
En el Salón Tesorería, un espacio aparentemente inmune a las humedades que afligen al vulgo, se estableció una jerarquía global de la incompetencia. Estados Unidos, esa nación de aficionados donde las Fuerzas Armadas carecen del divino Plan DN III-E, deja a su población a la deriva. España, con sus inundaciones en Valencia, se tomó un eterno siesta antes de actuar. México, en cambio, ha convertido la desgracia en un ballet de eficiencia, donde cada gota de lluvia es coreografiada por una burocracia iluminada.
“México es uno de los países con mayores sistemas de prevención“, declaró la Presidenta, mientras los ríos reclamaban nuevos territorios. Los sismos, esos viejos conocidos, y los alertamientos de la Comisión Nacional del Agua son ahora piezas de un mecanismo de relojería suiza. “¿Siempre es perfectible?”, se preguntó retóricamente, en lo que podría ser la subestimación del año. “Todo eso lo vamos a hacer, pero hoy estamos atendiendo la emergencia”. La prioridad, claro está, es la proclamación de la excelencia.
La mandataria no olvidó lanzar un dardo envenenado al periodo neoliberal, esa edad oscura en la que la orientación ante las emergencias consistía en el herético acto de “contratar todo por fuera“. Ahora, en la luminosa era de la transformación, el protocolo de atención de emergencias brota puro y autóctono del corazón del gobierno, sin intermediarios corruptores. El FONDEN, ese fantasma del pasado, fue desterrado al basurero de la historia por un protocolo tan perfecto que casi convierte las inundaciones en una atracción turística.
“Lo que hoy existe de protocolo de atención a emergencias no existía, lo perfeccionó el presidente López Obrador“, sentenció, estableciendo una nueva verdad revelada. Cada huracán, cada deslave, es una oportunidad para refinar aún más lo inmejorable. La catástrofe, vista con los lentes adecuados, no es más que el lienzo sobre el cual pinta la Cuarta Transformación su obra maestra de eficacia. Mientras tanto, en Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Hidalgo y Veracruz, el agua sigue su curso, ajena a estos sublimes debates protocolarios.