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La necropsia del escándalo o cómo enterrar la verdad con discursos

La gobernadora de Veracruz desvía la atención del crimen atroz contra una maestra, culpando a quienes exigen transparencia.

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La necropsia del escándalo o cómo enterrar la verdad con discursos

Foto: El Universal.

XALAPA, Ver. — En un alarde de empatía burocrática, la gobernadora Rocío Nahle García (Morena) declaró que los verdaderos miserables no son los sicarios que torturaron a la profesora Irma Hernández, sino quienes osaron cuestionar el riguroso informe forense que atribuyó su muerte a un “infarto”. Por supuesto, el pequeño detalle de las múltiples lesiones fue solo un acompañamiento anecdótico.

Con la solemnidad de un notario avalando un acta de defunción redactada por el crimen organizado, la mandataria —flanqueada por un médico legista de dudosa elocuencia— insistió en que el verdadero dolor lo causan los medios que escandalizan al revelar que una víctima del Cártel Grupo Sombra fue grabada, amenazada y asesinada por negarse a pagar derecho de piso. “¿Acaso un infarto no es suficiente tragedia?”, pareció preguntar retóricamente.

El galeno, en un ejercicio de patología creativa, explicó que el corazón de la maestra —literalmente roto— era el epicentro de las lesiones. “Nada en el cráneo, nada en el tórax… solo un órgano vital destrozado. ¿Casualidad? ¡La ciencia no miente!”. Eso sí, omitió mencionar si los cables que ataban sus muñecas o la cámara que registró su humillación fueron factores cardioprotectores.

Mientras tanto, el video donde la víctima de 62 años lee un mensaje bajo amenaza —una suerte de spot propagandístico del narco— circula como recordatorio de que en Veracruz, la Mafia Veracruzana tiene mejor manejo de relaciones públicas que el gobierno. Tres detenidos (dos hombres y una mujer) completan el kit de impunidad: chivos expiatorios para una obra cuyo guión ya escribieron las armas.

Al cierre de esta sátira, la gobernadora reiteró su compromiso de dar cara. Y vaya que lo hace: cada vez que convierte un feminicidio en nota al pie y cada vez que llama escándalo a la demanda de justicia. Swift hubiera añadido un modesto plan para vender a los funcionarios como carnada contra el crimen. Orwell, en cambio, solo recordaría que el doblepensar también es un infarto a la verdad.

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