El Pulso del Clima: Una Perspectiva desde la Trinchera Meteorológica
He pasado décadas observando los caprichos de la atmósfera mexicana, y cada transición estacional trae sus propias lecciones. Recuerdo años en los que la llegada del otoño era una promesa de aire fresco y nevadas tempranas en las montañas. Hoy, los datos cuentan una historia distinta. Después de una temporada de lluvias intensa que, como hemos visto, llenó presas pero también desbordó ríos, nos adentramos en una fase de cambio. La disminución gradual de las precipitaciones, más evidente a partir de mediados de octubre, dará paso a los primeros descensos térmicos asociados a los frentes fríos. Sin embargo, la experiencia nos enseora a mirar más allá del ciclo inmediato.
La verdadera historia de este año no es la llegada del frío, sino su atenuación. Desde mi trabajo en el Instituto, analizamos los patrones y confirmamos lo que los modelos sugerían: el otoño y el invierno serán más cálidos y secos. La Comisión Nacional del Agua (Conagua) proyecta que la mayor parte del territorio nacional experimentará temperaturas entre uno y tres grados Celsius por encima del promedio histórico. Esta no es una simple fluctuación; es la firma de La Niña, la contraparte de El Niño. He visto cómo este fenómeno altera la dinámica del Océano Pacífico, induciendo inviernos notablemente más templados y áridos, con un impacto particularmente fuerte en el norte del país.
Una lección clave que he aprendido es que ningún fenómeno actúa en solitario. La influencia de La Niña, cuya formación se prevé para octubre o noviembre, también explica la ligera reducción en el número de frentes fríos pronosticados. En lugar de los 50 sistemas frontales que constituyen la media, se esperan alrededor de 48. Pero aquí está el matiz crucial que solo da la experiencia: este escenario se superpone a la crisis climática de fondo. El calentamiento global progresivo, impulsado por la actividad humana, actúa como un amplificador. Una estadística que siempre comparto con mis alumnos, y que Conagua también destaca, es que México pierde un día de heladas cada 15 años. Esta es una tendencia de largo plazo que comenzó a registrarse en la década de 1950 y que hoy se consolida. No se trata de un invierno aislado, sino de una transformación climática profunda que estamos documentando en tiempo real.