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La nueva generación de médicos delega su sapiencia en oráculos algorítmicos

La polémica se desata cuando futuros galenos confían sus apuntes a un algoritmo, desvelando el absurdo de la formación sanitaria moderna.

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El Hipocrático Juramento a la Máquina

En un giro copernicano que dejaría pálido al mismo Galeno, un cenáculo de ilustres discípulos de Asclepio en la gran Tenochtitlán ha decidido que su memoria es un instrumento obsoleto, comparable al uso de sanguijuelas para la hipertensión. Su nuevo método de instrucción consiste en susurrar sus plegarias académicas a la sagrada inteligencia artificial, un oráculo digital que todo lo sabe y todo lo resume, preferiblemente en menos de 280 caracteres y con emojis incluidos.

Foto: El Universal (capturando el momento en que la pedagogía murió de risa).

El vídeo que conmocionó al reino de TikTok no mostraba a estudiantes devorando grimorios de anatomía, sino a un joven médico en ciernes increpando con vehemencia a su nuevo tutor siliconado porque el resumen de la fisiopatología de la pancreatitis no incluía una metáfora sobre globos desinflándose. ¡La audacia del algoritmo! Sus acólitos, lejos de horrorizarse, grabaron la escena para la posteridad, bautizándola como: “POV: Tu cirujano futuro prefiere pedirle consejo a un bot antes que a su profesor emérito”.

La polémica, como un virus de rápida propagación, infectó las redes. Los paladines de la anticuada erudición se escandalizaron, preguntándose si en el quirófano del futuro el asistente será un brazo robótico que, además de suturar, podrá recitar los versos de Neruda. Los evangelistas de la tecno-ilustración proclamaron, en cambio, que memorizar los huesos del carpo es tan arcaico como sangrar a un paciente para curar la melancolía.

“Primero leemos el capítulo completo”, explicaron los estudiantes en un intento de apaciguar a las furias. Claro, de la misma manera en que uno hojea la carta de un restaurante antes de dejar que el sommelier elija el vino. La herramienta complementaria es ahora el sommelier del conocimiento.

He aquí el gran teatro educativo: ¿Por qué sudar sobre libros polvorientos cuando un oráculo de ceros y unos puede destilar la sabiduría de siglos en un párrafo con bullet points? ¿Para qué cultivar el criterio clínico cuando un algoritmo puede diagnosticar con un 95% de precisión? La verdad incómoda es que el sistema formaba burócratas de la salud y ahora forma asistentes de los burócratas digitales. El futuro de la medicina no es humano ni artificial: es irónicamente absurdo.

Y así, entre regaños a máquinas y justificaciones en vídeos virales, la nueva generación de galenos se prepara para sanar a la humanidad. Consuelémonos: al menos su historial clínico tendrá una ortografía impecable, cortesía de un corrector automático.

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