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La paradoja de la pobreza: menos pobres pero más excluidos del sistema de salud

Un retroceso alarmante en servicios esenciales revela la urgencia de repensar los modelos de bienestar social desde cero.

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Mientras las cifras oficiales celebran la reducción de la pobreza multidimensional, una realidad disruptiva emerge: el acceso a la salud se ha convertido en el nuevo campo de batalla de la desigualdad. ¿Qué sucede cuando los indicadores mejoran pero las personas empeoran? Las organizaciones civiles del Consorcio por la Medición y la Evaluación desafían la narrativa convencional al exponer una paradoja estadística que oculta una regresión crítica en derechos fundamentales.

El indicador de acceso a servicios médicos se ha convertido en el termómetro más preciso de la fractura social.

La duplicación de la carencia de servicios médicos representa no solo un número, sino un colapso sistémico que afecta desproporcionadamente a los hogares de menores recursos. Rogelio Gómez Hermosillo de Acción Ciudadana Frente a la Pobreza revela el dato contundente: “La mitad de los tres primeros deciles de ingreso carecen de acceso a la salud”. Esta no es una estadística, es una falla estructural que exige soluciones radicales.

La innovación en la medición de la pobreza podría ser la clave. Graciela Teruel de la Universidad Iberoamericana señala que las modificaciones metodológicas en la ENIGH 2024 han alterado la clasificación de la población sin acceso a servicios médicos. Pero más allá de la metodología, necesitamos preguntarnos: ¿estamos midiendo lo correcto? ¿O acaso seguimos aplicando métricas del siglo XX a problemas del siglo XXI?

La transparencia en los datos se convierte en el nuevo campo de innovación democrática. “Para que las estadísticas de pobreza tengan valor público deben ser comparables y cualquier ajuste metodológico requiere explicación total”, afirma el Consorcio. Esto no es burocracia: es la base para diseñar políticas públicas que realmente funcionen.

Imagine un sistema donde los datos de salud se conecten con patrones de movilidad, acceso a tecnología y redes comunitarias. Donde la carencia no se mida solo por la falta de servicios, sino por la capacidad del ecosistema para generar soluciones adaptativas. Este es el pensamiento lateral que necesitamos: no más parches, sino rediseños completos del concepto mismo de bienestar.

El verdadero innovation challenge no está en mejorar las mediciones, sino en reinventar lo que significa “acceso a la salud” en una era de telemedicina, inteligencia artificial y economía colaborativa. ¿Por qué seguimos midiendo el acceso físico a centros de salud cuando podríamos estar midiendo el impacto real en calidad de vida?

Las soluciones disruptivas requieren conexiones improbables: tal vez la próxima revolución en acceso a la salud venga de la mano de plataformas digitales, modelos de suscripción comunitaria o sistemas descentralizados de atención. El status quo ha fallado. Es hora de pensar en lo impensable: un sistema donde la carencia de hoy se convierta en la oportunidad de mañana.

La pregunta provocativa que debemos hacernos es: ¿y si en lugar de medir la pobreza por lo que falta, comenzamos a medirla por el potencial de transformación? Los datos del INEGI no son el final de la conversación, sino el inicio de una reinvención completa de cómo concebimos la equidad en el siglo XXI.

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