CIUDAD DE MÉXICO.- Un llamado oficial se eleva en vísperas de las festividades, pero ¿qué hay detrás de la insistente recomendación de la Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) para que los millones de habitantes de la Zona Metropolitana del Valle de México abandonen la pirotecnia? La narrativa pública apunta a la calidad del aire, sin embargo, una mirada a los datos históricos desvela un patrón inquietante y repetitivo que va más allá de una simple advertencia.
Las cifras son elocuentes y constituyen un documento revelador por sí mismas: los días 25 de diciembre y 1 de enero registran sistemáticamente niveles extremadamente altos de contaminación por partículas PM2.5, esas minúsculas y peligrosas sustancias que penetran profundamente en los pulmones. El origen de este pico tóxico, según los reportes de la dependencia, es inequívocamente el uso masivo de juegos pirotécnicos. La cronología del fenómeno es precisa: aunque las detonaciones estallan alrededor de la medianoche, el verdadero impacto se materializa en las horas silenciosas, entre la 1:00 y las 5:00 de la madrugada, cuando la contaminación alcanza su máxima concentración, envolviendo a la ciudad mientras duerme.
Un decálogo de prevención que cuestiona hábitos arraigados
Las recomendaciones de la Sedema, presentadas como una lista de acciones preventivas, dibujan en realidad un mapa de las prácticas cotidianas que contribuyen al problema. La invitación a evitar chimeneas, fogatas, la quema de leña, carbón, llantas o basura, no es casual. Plantea una pregunta incisiva: ¿hasta qué punto nuestras celebraciones, basadas en el fuego y la combustión, están en conflicto directo con la salud ambiental de la metrópoli? La inclusión de consejos como humedecer el suelo antes de barrer o verificar los vehículos conecta puntos aparentemente inconexos, revelando que la crisis de fin de año es un mosaico compuesto por múltiples fuentes de emisiones.
Las víctimas silenciosas del estruendo festivo
Más allá del esmog, la investigación descubre otra capa de afectación, a menudo relegada: el impacto en la fauna doméstica. El testimonio implícito de miles de mascotas que padecen miedo, ansiedad y estrés agudo por el estruendo convierte la pirotecnia en un asunto de bienestar animal. Las recomendaciones de la Agencia de Atención Animal (AGATAN) para crear ambientes seguros y evitar transmitir angustia a los animales de compañía exponen una consecuencia emocional y social raramente considerada en el debate público sobre los fuegos artificiales.
El marco legal: una normativa vigente pero frecuentemente ignorada
La pesquisa conduce inevitablemente al marco jurídico. ¿La población es consciente de que la quema de materiales a cielo abierto está expresamente prohibida por la Ley Ambiental de la CDMX? ¿O de que la Ley de Cultura Cívica tipifica como infracción contra la seguridad ciudadana el detonar cohetes o encender fogatas sin permiso? Los artículos 31 y 32 de esta ley no son letra muerta; contemplan sanciones tangibles que incluyen multas, arresto administrativo y trabajo comunitario. Esta revelación cambia la perspectiva: no se trata solo de una sugerencia, sino de una actividad regulada y sancionable, cuyo cumplimiento parece diluirse en la euforia colectiva de las fiestas.
La conclusión que emerge de este recorrido es significativa. La tradición pirotécnica de fin de año en la Ciudad de México no es un mero espectáculo inocuo; es un evento de contaminación atmosférica predecible y documentado, con implicaciones legales claras y víctimas colaterales en el reino animal. La persistente llamada de las autoridades es, en realidad, el eco de datos duros y un marco normativo que choca contra la inercia de la costumbre. La verdad oculta no es un misterio, sino un patrón de evidencia que se repite cada diciembre, invitando a una reflexión urgente sobre el costo real de nuestros festejos.














