La Pirotecnia Oficial de la Muerte Cotidiana
En el sublime reino de Mecayapan, donde el progreso es una leyenda abstracta y la esperanza una ironía geográfica, la divina providencia del gas licuado de petróleo ha bendecido nuevamente a sus fieles súbditos. No con el cálido confort de una comida caliente, sino con el bautizo de fuego que nuestro ilustre siglo reserva para los infantes que osan nacer en el lugar equivocado del mapa nacional.
La ceremonia, espontánea y democrática, requirió de un simple ritual: menores jugando cerca de un artefacto explosivo decorativo que los urbanistas de lujo llaman “sistema de abastecimiento energético popular”. La línea de conducción, esa frágil frontera entre la civilización y la pira funeraria, cedió ante el ímpetu infantil, desatando así el fuego purificador que limpia estadísticas y quema querellas.
La recién nacida, imprudente por haber elegido nacer en la Esperanza—comunidad cuyo nombre parece extraído de un manual de humor negro—ascendió calcinada a los altares de las cifras oficiales. Su madre y hermanas, en un exceso de celo por participar en el espectáculo, adquirieron heridas de gravedad como trofeos de su audacia: 40%, 80% y 70% de superficie corporal convertida en monumento a la negligencia colectiva.
La Fiscalía, esa noble institución dedicada a la taxidermia jurídica, ha iniciado la meticulosa investigación para determinar si el gas explotó por izquierda o por derecha, o si acaso las víctimas mostraron insuficiente patriotismo al no soplar las llamas con la bandera nacional. Mientras, en los hospitales de Catemaco—templos donde la medicina practica el arte de lo imposible con recursos de lo improbable—las damnificadas luchan por sobrevivir en un sistema de salud que considera los analgésicos un lujo y los injertos de piel una fantasía tecnocrática.
Así funciona la maquinaria perfecta: ciudadanos que mueren por el combustible que debería darles vida, en hogares donde el peligro es un inquilino permanente y la seguridad un concepto burgués. El tanque de gas, ese sarcófago metálico en cada patio, espera su turno para convertirse en pirotecnia oficial, coreografiando el ballet macabro de una sociedad que prende veladoras mientras ignora las fugas.














