La Farsa Bovina: Cuando una Plaga se Convierte en Bendición Capitalista
En un giro digno del más absurdo realismo mágico burocrático, nuestros vecinos del norte han descubierto el secreto definitivo de la prosperidad económica: convertir las crisis sanitarias en oportunidades de negocio. Mientras el gusano barrenador devora tejidos animales, los ganaderos estadounidenses devoran ganancias récord, demostrando una vez más que en el capitalismo avanzado hasta las plagas pueden ser monetizadas.
El Departamento de Agricultura de EU, en un arranque de creatividad contable que haría sonrojar a Jonathan Swift, anuncia solemnemente que los ingresos pecuarios crecerán un 11.2% anual. ¿La razón? Simple elegancia mercantil: si reduces artificialmente la oferta mediante cierres de frontera convenientemente justificados, los precios se disparan. Economía básica, queridos lectores, aunque con un delicioso toque de cinismo geopolítico.
Mientras el consumidor estadounidense paga su carne de res a precio de caviar, los productores locales brindan con whisky caro. Los apoyos gubernamentales fluyen como ríos de miel hacia los bolsillos de los ganaderos, en lo que podríamos denominar “socialismo para los ricos y capitalismo salvaje para los consumidores”.
Al sur de la frontera, los ganaderos mexicanos contemplan perplejos esta tragicomia. Sus becerros, perfectamente sanos pero políticamente incorrectos, se acumulan mientras las exportaciones se desploman un 73%. El veto de EU se ha convertido en la mejor herramienta proteccionista desde el arancel de la melancolía.
La Federación Agrícola estadounidense (AFBF), con una solemnidad que raya en el surrealismo, califica esta distopía carnívora como “mercados ganaderos más fuertes”. Nunca una eufemismo había sonado tan poéticamente grotesco: lo que para el consumidor es inflación desbocada, para el productor es “fortalecimiento del mercado”.
El colmo de esta sátira involuntaria llega con la revelación de que la demanda minorista de carne fresca alcanza su máximo desde el año 2000. Los ciudadanos estadounidenses, en un acto de masoquismo consumista, compran más carne que nunca aunque cueste el doble. Quizás temen que si no la compran hoy, mañana costará el triple.
En este teatro del absurdo económico, todos pierden excepto aquellos que escriben las normas sanitarias y comerciales. El gusano barrenador resulta ser el mejor lobbyista que los ganaderos estadounidenses podrían desear: trabaja gratis, no pide visa y genera escasez con eficiencia burocrática.
Así funciona el libre mercado del siglo XXI: libertad para proteger intereses, comercio justo cuando conviene, y plagas que misteriosamente siempre benefician a los mismos. Swift proponía que los irlandeses comieran a sus hijos para resolver la hambruna. Hoy podríamos sugerir que los consumidores coman billetes de cien dólares: al menos tendrían mejor sabor que la carne a precio de oro.