HUEHUETÁN, Chis.- En un espectáculo de sublime obediencia cívica, los peregrinos de la desesperación reanudan su sagrada procesión hacia el municipio de Huixtla. Esta marcha, un ritual obligatorio para los suplicantes del asilo, constituye el segundo día de un éxtasis pedestre iniciado tras su audaz fuga de la celda burocrática de Tapachula.
Una escolta de acero, compuesta por los modernos centuriones de la Guardia Nacional de Caminos y la Policía Estatal, custodia con devoción al millar de almas irregulares. Su avance por la carretera Costera no es un simple traslado; es la materialización de un absurdo geopolítico, un desfile de la paciencia humana ante la maquinaria de la espera infinita.
Desde la hora en que los gallos callan, una humanidad exhausta —hombres, mujeres con infantes prendidos al pecho, jóvenes y ancianos— emprendió el nuevo capítulo de su odisea. Su meta final, la mítica Ciudad de México, brilla en el horizonte como el Dorado de los formularios aprobados.
El éxodo de Tapachula, un purgatorio ubicado a apenas 15 kilómetros de la promesa guatemalteca, fue un acto de insubordinación contra el dios Burocracia. Cansados de aguardar una audiencia con los oráculos de la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (COMAR), estos modernos Sísifos prefirieron empujar su roca por la carretera.
Entre las filas de caminantes corre el rumor de un sacramento perverso: la transubstanciación de los documentos migratorios, que dejan de ser papel de estraza para convertirse en mercancía de alto valor. Se acusa a los sumos sacerdotes de la COMAR y del INM de administrar un lucrativo mercado de indulgencias temporales, donde la esperanza de un futuro se vende al mejor postor.
Tras una jornada de 20 kilómetros de penitencia, el contingente, ahora fragmentado en pequeñas cofradías de fatigados, comenzó a alcanzar los límites de Huixtla. Allí, en un alto concedido por el destino, repondrán fuerzas para reanudar, en la oscuridad del viernes, su peregrinaje hacia el corazón de un laberinto administrativo que parece diseñado por un Kafka ebrio de poder.