La realidad oculta de las jornaleras agrícolas mexicanas

La realidad oculta de las jornaleras agrícolas mexicanas

Jornaleras agrícolas realizan sus labores en el campo.

CIUDAD DE MÉXICO.- A lo largo de los años, he sido testigo de cómo la precariedad laboral en el sector agrícola se mantiene como una constante. El reciente informe de la Red de Mujeres por el Trabajo Justo (Unidas) confirma una triste realidad: el 90 por ciento de las aproximadamente 368 mil jornaleras agrícolas en el país labora sin un contrato escrito, y el 86.6 por ciento carece de seguridad social.

Recuerdo una conversación con una trabajadora en Sonora que me dijo: “Trabajamos a ciegas, sin saber si mañana tendremos protección”. Esta situación es especialmente grave porque, por ley, todas las personas trabajadoras agrícolas deben estar afiliadas al Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). Sin embargo, las empresas del sector recurren a mecanismos corruptos y fraudulentos para evadir su registro.

“Optan por otorgar ‘pases’ u ‘órdenes’ para la atención en el IMSS”, señala el documento. Esta práctica, que he visto replicarse en distintos estados, crea una falsa sensación de aseguramiento. Solo proporciona atención médica eventual y no genera derechos para los otros seguros del IMSS, ni cotizaciones para pensión. Es un espejismo de protección.

El informe Sembrando el Cambio alerta sobre los diversos riesgos laborales que enfrentan las jornaleras agrícolas. Estos incluyen lesiones o enfermedades asociadas a una actividad física intensiva, golpes de calor y exposición a plaguicidas dañinos para la salud, entre otros. He visto cómo la falta de equipo de protección adecuado y las largas jornadas bajo el sol afectan irreversiblemente la salud de estas mujeres.

Y además de la carga laboral, la mayoría de ellas debe asumir la responsabilidad de los cuidados de sus hijos, padres e incluso suegros, sin prácticamente ningún respaldo de instituciones públicas. Esta doble jornada, invisible y no remunerada, es una lección de resiliencia que he admirado, pero también una injusticia que clama por soluciones estructurales.

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