La reducción de homicidios en México oculta una geografía violenta persistente

La secretaria Ejecutiva del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), Marcela Figueroa Franco, presentó una cifra que busca marcar un hito: una disminución del 37% en el promedio diario de asesinatos intencionales tras catorce meses de la administración de la presidenta Claudia Sheinbaum. Según el informe mensual del gabinete de Seguridad, la cifra pasó de 86.9 homicidios diarios en septiembre de 2024 a 54.7 en noviembre de 2025, lo que se traduce en 32 víctimas menos cada día. Las autoridades califican a noviembre de 2025 como el mes de noviembre con la tasa más baja en una década. Pero, ¿esta narrativa de éxito captura la totalidad de la realidad criminal del país?

Un análisis periodístico persistente obliga a escarbar más allá del titular optimista. La propia funcionaria, en su comparecencia en Palacio Nacional, entregó una pieza clave del rompecabezas que modifica sustancialmente la interpretación: siete entidades federativas concentran el 51% del total de los homicidios dolosos a nivel nacional en lo que va del año. Esta revelación plantea una pregunta incisiva: ¿se trata de una disminución generalizada o de una redistribución y concentración geográfica de la violencia letal?

El desglose es elocuente y dibuja un mapa de la violencia recalcitrante. Guanajuato encabeza esta lúgubre lista con el 11% del total nacional, seguido por Chihuahua (7.6%), Baja California (7.3%), Sinaloa (7.1%), el Estado de México (6.5%), Guerrero (5.7%) y Michoacán (5.5%). Estos testimonios numéricos, extraídos de los registros administrativos del SESNSP, sugieren que mientras el promedio nacional desciende, la pesadilla para los habitantes de estos territorios sigue siendo aguda y desproporcionada. ¿Qué estrategias diferenciadas se aplican en estos focos rojos? ¿Por qué la capacidad de las organizaciones criminales para operar allí parece intacta?

La narrativa oficial celebra la tendencia sostenida a la baja, un dato que, sin duda, merece observación. Sin embargo, el escepticismo saludable de la investigación periodística exige conectar los puntos que parecen inconexos. La reducción del promedio diario es un indicador macro, pero enmascara la persistencia de microcosmos donde la ley del más fuerte sigue dictando las reglas. La conclusión que emerge de cruzar estas capas de información no es única, sino dual: México experimenta un descenso significativo en las cifras absolutas de homicidios, una noticia positiva, pero simultáneamente consolida una geografía de la violencia donde ciertos estados cargan con un peso insostenible. La verdadera prueba para la seguridad pública no será solo mantener la curva a la baja, sino desactivar los epicentros que continúan alimentando la estadística nacional de muerte.

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