Como alguien que ha observado la evolución de nuestras instituciones de seguridad durante décadas, he sido testigo de cómo las decisiones apresuradas suelen crear más problemas de los que resuelven. La reciente aprobación en comisiones del dictamen que reforma la Constitución para facultar al Senado de la República y a la Comisión Permanente en la ratificación de los grados superiores de la Guardia Nacional me trae a la memoria aquellos “parches legislativos” de administraciones pasadas que terminaron requiriendo múltiples correcciones años después.
Foto: El Universal.
He aprendido que cuando se trata de estructuras de mando en instituciones de seguridad, la claridad es fundamental. La reforma impulsada por el senador Adán Augusto López, aunque bien intencionada en su propósito de armonizar facultades, genera una contradicción fundamental en la naturaleza civil que debería caracterizar a la Guardia Nacional. En mi experiencia, forzar estructuras castrenses sobre cuerpos civiles crea tensiones organizacionales que dificultan su efectividad operativa.
La previsión de una doble sesión ordinaria para aprobar esta modificación a los artículos 76 y 78 constitucionales me recuerda aquellos procesos legislativos acelerados que después mostraron sus fisuras. La verdadera sabiduría en materia de seguridad pública consiste en construir instituciones con cimientos sólidos, no en buscar atajos normativos que simplemente replican modelos existentes sin considerar las particularidades de cada cuerpo de seguridad.
Comparto la preocupación expresada por el senador Marko Cortés Mendoza cuando calificó esta modificación como un “parche a la Constitución”. A lo largo de los años, he visto cómo estas soluciones temporales se convierten en problemas permanentes. El control sobre nombramientos y ascensos es necesario, pero debe diseñarse específicamente para la naturaleza única de cada institución de seguridad.
La reflexión de Carolina Viggiano Austria resume perfectamente el dilema: estamos normalizando lo que debería corregirse. La Guardia Nacional requiere un mando civil profesional y operativamente independiente, no la replicación de sistemas diseñados para realidades institucionales diferentes. He aprendido que las mejores instituciones de seguridad son aquellas que mantienen su cercanía con la ciudadanía mientras desarrollan profesionalismo técnico, algo que se diluye cuando se imponen estructuras ajenas a su naturaleza original.
Este debate trasciende lo técnico y toca lo esencial: qué tipo de instituciones de seguridad queremos construir para el futuro de México. La experiencia me ha enseñado que los parches legislativos rara vez solucionan problemas de fondo, y que la verdadera transformación requiere paciencia, deliberación cuidadosa y, sobre todo, respeto por la naturaleza específica de cada institución de seguridad.