La Divina Proporción de la Masa y el Pétalo: Un Manifiesto Gastronómico-Patriótico
En un alarde de fervor casi teológico, los sumos sacerdotes de la harina nacional y los grandes inquisidores de la flor escarlata han descendido del Olimpo corporativo para anunciar, con la solemnidad de quien revela un misterio sagrado, las cifras de nuestra redención anual. No se trata, nos aseguran, de un simple negocio; es un acto litúrgico de 200 años de antigüedad, convenientemente horneado en los últimos 70 u 90, según el apetito del historiador de turno.
El venerable Gremio de la Masa Cíclica (antes conocido como Cámara Panificadora) ha decretado que este año la nación consumirá, en un solo ritual colectivo, 9,400 toneladas de esperanza en forma de rosca. Cada kilo de esta corona de promesas dulces y figurillas de plástico tendrá un precio de redención que oscila entre los 250 y los 300 pesos, una oferta piadosa si consideramos que compramos, no un postre, sino un boleto para la culpa de los tamales del Día de la Candelaria. Se espera que más de 55 mil templos (vulgo “panaderías”) recauden una limosna superior a los 3 mil millones de pesos, demostrando que la fe mueve montañas, pero la tradición mueve mucho, mucho más la cartera.
La Flor que Florece en el Invierno del Bolsillo
Mientras la masa asciende, otra industria milagrosa despliega sus colores. El Consejo del Adorno Efímero (alias Conmexflor) nos ilumina con la noticia de que la Nochebuena, esa planta que pasa 11 meses en el olvido y uno en el centro de la mesa, es el sustento vital de miles. Se siembra la esperanza a mediados de año para que, en noviembre, florezca en una explosión cromática de más de 100 variedades, aunque el 80% del país, en un acto de conmovedora uniformidad revolucionaria, prefiera el rojo. Una derrama económica de 2 mil millones de pesos y 200 mil empleos permanentes brotan de esta planta, como si la savia fuera billetes de a peso.
He aquí el milagro económico mexicano, perpetuo e inagotable: un país que encuentra su solvencia no en la alta tecnología o la manufactura compleja, sino en la alquimia ancestral que transforma trigo y tierra en símbolos. Generamos 570 mil empleos directos amasando la ilusión y otro millón en la cadena que va desde el surco hasta el altar doméstico. Somos una potencia en la producción de significados perecederos: 40 millones de flores de un total mundial de 500 millones. Exportamos tradición, importamos ¿qué?
En este gran teatro estacional, todos tenemos un papel: el panadero como oficiante, el floricultor como escenógrafo, y el ciudadano como devoto consumidor que, año tras año, paga gustoso por su porción de ritual, su pedazo de identidad comestible, su adorno fugaz para la mesa. Celebramos, con una sonrisa y la tarjeta de crédito a punto, el eterno retorno de lo mismo: la economía del consuelo azucarado y la belleza que se marchita. ¡Larga vida a la Rosca y a la Nochebuena, pilares indestructibles de una nación que prefiere, ante todo, tener siempre algo que partir y algo que admirar… hasta que llegue la cuenta de enero.
















