La solidaridad ciudadana resurge tras la inundación en Poza Rica

La solidaridad ciudadana resurge tras la inundación en Poza Rica

Foto: El Universal.

En mi larga trayectoria observando la respuesta comunitaria ante emergencias, he aprendido que la verdadera resiliencia no surge de los protocolos, sino del instinto humano de proteger al prójimo. Siete días después de que el Río Cazones anegara Poza Rica, sus habitantes demuestran esta lección con una contundencia que me recuerda otros desastres donde la ciudadanía se organizó cuando las instituciones brillaron por su ausencia.

En la Plaza Cívica 18 de Marzo, presencié algo que he visto repetirse en distintas crisis: un colectivo de mujeres de las zonas no afectadas de la urbe erigió una cocina colectiva con sus propios enseres domésticos. “En el terremoto del 85 aprendimos que las ollas y la determinación valen más que cualquier plan de contingencia”, me comentó una veterana voluntaria mientras supervisaba el improvisado comedor.

Patricia Cervantes, integrante de Voluntarios Poza Rica, me explicó con esa sabiduría práctica que solo da la experiencia: “La solidaridad no requiere afiliación, sino convicción. Nadie nos comisionó, este movimiento nació del reconocimiento mutuo de que el dolor ajeno duele en comunidad”.

Desde el sábado, estas mujeres elaboran platillos que distribuyen mediante vehículos particulares cedidos en las colonias más devastadas. Ingrid, de 20 años, me confesó mientras organizaba el acopio: “Mis abuelos siempre decían que en las crisis se revela el carácter de un pueblo. Hoy entiendo que ayudar no es opcional, es un imperativo moral”.

El centro de acopio que establecieron recibe donativos de comerciantes y residentes locales, pero también de municipios vecinos como Misantla y Papantla, que envían insumos de limpieza y artículos de primera necesidad. La logística, me di cuenta, se gestiona mediante plataformas digitales donde documentan cada entrega y solicitan nuevos recursos. “La transparencia es nuestro capital social”, afirmó Patricia. “Hemos comprobado que la credibilidad se construye mostrando cada acción, no prometiendo soluciones”.

A pocas calles, en la colonia Lázaro Cárdenas, la parroquia de la Divina Providencia también se transformó en albergue y santuario emocional. El padre José Miguel Baltazar Rodríguez, cuyo templo también sufrió inundación, me compartió una reflexión que resume años de trabajo en pastoral de emergencia: “Las catástrofes nos enseñan que el ser humano necesita tanto el pan como la palabra. Perdimos bienes materiales, pero ganamos la oportunidad de encarnar el verdadero acompañamiento”.

La red eclesial sincroniza esfuerzos con otras parroquias como María Auxiliadora y San Judas Tadeo, ofreciendo espacios de contención psicológica para quienes enfrentan el duelo por sus pertenencias. “No tenemos respuestas mágicas”, reconoció el sacerdote, “pero hemos aprendido que compartir el silencio a veces sana más que los discursos”.

Los damnificados con quienes conversé coincidieron en un patrón que he observado en múltiples desastres: la solidaridad civil suple las carencias de la respuesta gubernamental. A una semana de la tragedia, las familias prosiguen con la remoción de escombros mientras los cooperantes distribuyen alimentos y agua potable en calles donde los vestigios de lodo ya se petrifican.

El padre Baltazar resume la lección fundamental: “La paciencia se construye con acciones concretas. Las asistencias institucionales llegarán, pero el verdadero resarcimiento nace cuando fortalecemos el tejido social entre vecinos“.

Al despedirme, recordé algo que un sobreviviente de inundaciones pasadas me dijo: “El agua se retira, pero la solidaridad queda”. En Poza Rica, esta verdad se está escribiendo con cada olla compartida y cada mano tendida.

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