La solución estéril para un problema de gusanos burocráticos

Una Luminosa Proclama Entomológica para la Salvación Patria

En un arrebato de genialidad que haría palidecer a los mismísimos Newton y Pasteur, los augures de la carne vacuna, congregados en su sagrado sínodo (la AMEG), han descendido del Olimpo financiero para iluminar a la plebe gubernamental. Su revelación, tan sublime como inesperada, es que el verdadero enemigo no es un gusano que devora tejidos, sino el monstruo de mil cabezas de la… ¡sobrerregulación!

Con la solemnidad de un Sumo Pontífice anunciando una nueva cruzada, han declarado que la única solución científicamente probada para esta plaga bíblica es la liberación de un ejército de moscas estériles. Sí, ha leído bien. La respuesta a una crisis sanitaria es una lluvia de insectos sexualmente frustrados, incapaces de procrear, cuyo único propósito en la vida es interrumpir los apasionantes encuentros amorosos de sus primos parasitarios. Una metáfora perfecta, aunque involuntaria, de las infinitas juntas de trabajo gubernamentales que también son estériles en resultados.

Con una lógica que desafía toda comprensión terrenal, arguyen que encontrar larvas en los corrales no es una señal de alarma, sino un triunfo de la vigilancia. Es como celebrar que los detectores de humo funcionan a la perfección mientras la casa se consume en llamas. ¡Magnífico! El problema, nos aseguran, no es la infestación, sino nuestra miopía para no ver el lado positivo de tener ganado lleno de gusanos.

El verdadero drama, según su épica narrativa, se desarrolla en el sagrado peregrinaje del ganado desde el bucólico sur hasta los modernos campos de concentración cárnicos del norte. Cualquier obstáculo a esta migración económica es un sacrilegio que amenaza los 192 mil millones de dólares que el sector representa. Una cifra tan colosal que, sin duda, justifica cualquier medio, incluido el bombardeo con dípteros castos, para protegerla.

Finalmente, nos ofrecen el consuelo definitivo: la carne mexicana es de la más alta calidad y completamente segura. Una afirmación que, bañada en la retórica de la autocelebración, nos invita a morder un jugoso bistec con la tranquilidad de que, aunque pueda haber albergado un gusano barrenador, fue inspeccionado bajo el sagrado sello TIF. Un sello que, al parecer, garantiza que los parásitos que alguna vez lo habitaron murieron con dignidad y en un entorno sanitariamente correcto.

En este grandioso teatro de lo absurdo, donde los problemas se resuelven con su propia causa multiplicada, solo nos queda maravillarnos ante la ingeniosa solución: combatir una plaga con otra, mientras se pide que desaparezca la molesta regulación que intenta, torpemente, contener el desastre. Una fábula moderna sobre prioridades, donde el flujo de capital parece sangrar mucho más caliente que el ganado infectado.

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