La SRE informa sobre mexicanos en flotilla atacada en Gaza

En un alarde de eficiencia burocrática que dejaría pasmado al mismísimo Jonathan Swift, el sagaz aparato diplomático mexicano ha logrado la proeza suprema: confirmar que nuestros connacionales, quienes voluntariamente se subieron a un cascarón de nueve para navegar hacia uno de los puntos más calientes del planeta, ¡siguen con vida! Tras una lluvia de drones y al menos trece explosiones dignas de una superproducción hollywoodense, la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) anunció con un sosiego envidiable que los valientes activistas “se encuentran bien”.

La maquinaria consular, ese mastodonte ágil como un felino, se puso en marcha con una celeridad pasmosa. No contentos con el milagro tecnológico que supone enviar un mensaje por redes sociales, los funcionarios de las embajadas en Israel, Argelia y Grecia establecieron un “contacto” tan efímero como reconfortante. La noticia del siglo: los mexicanos no se convirtieron en polvo cósmico. ¡Tomen nota, servicios de inteligencia mundial! El protocolo de “gestiones diplomáticas” parece consistir en un vigoroso intercambio de mensajes de WhatsApp para asegurar que la carnicería evitable solo haya causado “daños materiales”. Qué alivio saber que los barcos pueden estar hechos trizas, pero los ideales y los cuerpos de nuestros compatriotas permanecen intactos, flotando sobre las olas del absurdo geopolítico.

Mientras la flotilla “Global Sumud” –un nombre que evoca una terquedad casi cómica– surca el Mediterráneo cargada de ayuda humanitaria hacia una zona de hambruna y guerra, la Cancillería mexicana despliega su arma más poderosa: el monitoreo continuo. Una vigilancia tan férrea que podría detectar un cambio en el rumbo del viento, pero que, por supuesto, es completamente incapaz de disuadir un ataque con drones. En este sublime teatro de lo grotesco, la función del Estado se reduce a un papel de notario de su propia irrelevancia: anotar minuciosamente cada explosión, cada interrupción de las comunicaciones, y luego ofrecer el consuelo burocrático de un “estamos en contacto”. Es la parodia perfecta de la acción internacional: toda la forma y ninguna de la sustancia.

Seis almas mexicanas, embarcadas en una misión quijotesca para llevar pan a una tierra donde llueven bombas, se han convertido en los protagonistas involuntarios de esta farsa. La SRE, por su parte, hace su jugada maestra: esperar. Esperar a que la siguiente andanada de cohetes no dé en el blanco, para poder emitir otro comunicado triunfal anunciando que, una vez más, y contra todo pronóstico de la razón, nuestros connacionales siguen bien. Es el circo romano moderno, donde los gladiadores son idealistas y los leones son drones, y la autoridad se limita a contar los cadáveres desde la distancia, con la esperanza de que la cifra sea cero al final del espectáculo.

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