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La Suprema Corte se convierte en el nuevo botín político de la 4T

La justicia se viste de colores partidistas en un espectáculo democrático sin precedentes.

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En un giro digno de las más hilarantes tragicomedias políticas, la Suprema Corte de Justicia ha sido oficialmente coronada como el último “trofeo de cacería” del movimiento morenista. Los jueces de carrera, esos seres mitológicos que alguna vez habitaron los pasillos del Poder Judicial, hoy contemplan con estupor cómo sus décadas de estudio y experiencia son barridas por el tsunami de la democracia participativa (léase: acarreada).

El INE, en su papel de notario de esta farsa, certifica que el 87% de los votos favorecen a los nueve elegidos por el “dedo celestial” del obradorismo. Destaca entre ellos el flamante Hugo Aguilar López, quien pasará de defender los derechos indígenas a presidir la Corte, demostrando así que en la 4T los ascensos profesionales siguen la misma lógica que los milagros bíblicos: fe antes que méritos.

Las ministras Batres, Esquivel y Ortiz -el trío de las “imposiciones ilustradas”– consolidan su reinado, mientras que María Estela Ríos demuestra que la mejor credencial para la Corte sigue siendo haber sido “consejera jurídica del mesías de Palacio”. Completan el cuadro varios académicos y exfuncionarios morenistas, cuyos únicos fallos conocidos son sus declaraciones de lealtad al proyecto.

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En este nuevo orden judicial, los requisitos tradicionales -como conocer las leyes o haber pisado un juzgado- han sido sustituidos por habilidades más acordes a los tiempos: repartir volantes, memorizar consignas y mantener inalterable la sonrisa en los mítines. Mientras tanto, los jueces de carrera como Sergio Molina o Fabiana Estrada pueden consolarse pensando que, al menos, conservan el récord de ser los profesionales mejor preparados… para seguir siendo ignorados.

Así, México escribe un nuevo capítulo de su peculiar revolución institucional, donde la meritocracia judicial ha sido reemplazada por la “militanciocracia”, y donde la independencia del Poder Judicial se mide en grados de sumisión al Ejecutivo. ¿El resultado? Una Corte que promete ser tan diversa como un congreso de clones, y tan independiente como un perico amaestrado.

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