La Tierra se traga la ciudad y Japón ofrece un manual

En un acto de fraternidad geológica que atraviesa el Pacífico, los augustos sabios del Imperio del Sol Naciente han tendido su mano experta para auxiliar a la noble Ciudad de México en su lucha épica contra el más escurridizo de los enemigos: el vacío que campa a sus anchas bajo el asfalto. No se trata de una invasión alienígena, sino de algo mucho más terrícola y prosaico: la costumbre que tiene el suelo de la capital de abrirse en simas sin pedir permiso a nadie, en un acto de desobediencia civil geotécnica.

Chiaki Kobayashi, emisario de la Agencia de Cooperación Internacional de Japón (JICA), ha declarado con la solemnidad de un oráculo antiguo que estos hundimientos recurrentes se están convirtiendo en un “problema social”. ¡Toma perspicacia! Cuando la tierra se traga un automóvil o se lleva por delante media calle, los ciudadanos tienden a considerarlo algo más que una simple anécdota. Es el nuevo urbanismo espontáneo, donde la planificación maestro se la lleva la corriente.

La colaboración, bautizada con el grandilocuente título de “Cooperación México y Japón en la mitigación de riesgo de desastres”, promete estudiar el “fortalecimiento de los suelos”. Una idea revolucionaria: hacer que la tierra deje de ser tan blandengue. Los expertos nipones, veteranos en lidiar con terremotos, tifones y suelos debilitados por lluvias torrenciales, compartirán su sabiduría ancestral. Porque, al parecer, en Japón también la tierra tiene la mala educación de moverse cuando no debe.

Kobayashi, con la clarividencia de quien ha visto el abismo, sentenció que la prevención es más barata que la reconstrucción. Una perla de wisdom económico que, sin duda, dejará boquiabiertos a los burócratas locales, acostumbrados a la heroica y fotogénica etapa de la reconstrucción, mucho más lucrativa para los discursos. ¿Para qué gastar en estudios aburridos cuando se puede inaugurar un socavón reparado con gran pompa y circunstancia?

El director de JICA evocó los fantasmas de los años 50 y 60, cuando Japón no estaba tan preparado y un gran tifón se cobró miles de vidas. Ahora, como hermanos separados por un océano pero unidos por la propensión a los cataclismos, mexicanos y japoneses se dan la mano. Una alianza fraterna para negociar con las fuerzas telúricas que, al parecer, no entienden de diplomacia ni de protocolos de cooperación internacional. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie seguiremos mirando al suelo con desconfianza, preguntándonos si nuestro próximo paso será sobre firme terreno o sobre la boca insaciable de la metrópoli.

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