La tragedia se ensaña con una familia de la élite política oaxaqueña

En el idílico y paradisíaco marco de la Costa de Oaxaca, donde el sol besa playas de ensueño, la maquinaria de la justicia poética—esa fuerza cósmica que se ríe de los designios humanos—ha decidido escribir su propio y sangriento folletín familiar. Los Rivas, una estirpe consagrada al servicio público y al enriquecimiento del tejido social (o al menos, a tejer complejas redes de influencia), están viviendo lo que los cronistas de sociedad podrían titular como “Una temporada de infortunios”.

Foto: El Universal.

El último capítulo de esta saga lo protagonizó Juan Rivas M., un ganadero cuya principal contribución a la zootecnia nacional fue, al parecer, ser el hermano de una exalcaldesa y el padre de un joven prematuramente finado. Su vida fue interrumpida con brusquedad ejemplar por unos caballeros anónimos que, ejerciendo de críticos literarios implacables, consideraron que su historia necesitaba un final más dramático sobre la carretera federal 200. Las autoridades, consternadas por esta falta de fe en los procesos institucionales, han desplegado un “equipo multidisciplinario”, un grupo de sabios cuya misión es constatar lo evidente: que las balas, efectivamente, matan.

Pero el genio creativo detrás de esta tragedia griega moderna es un autor de profundas simetrías. Un mes antes, había eliminado del reparto al hijo de Juan, Ubaldo Rosendo, en una escena ambientada en el mercado municipal de Pinotepa. ¡Qué sublime sentido de la ubicación! Del campo abierto al bullicio popular, demostrando que la muerte democrática no hace distinciones de escenario.

El hilo conductor de este drama es, por supuesto, la matriarca, Cecilia Rivas M., una dama del Partido Revolucionario Institucional cuyo revolucionario instinto por la reelección fue tan poderoso que solo pudo ser contenido por los gruesos muros de una celda. Desde su residencia actual, cortesía de la Fiscalía General de la República, puede reflexionar sobre los vaivenes de la fortuna. Antes de su encarcelamiento por su presunta afición a actividades ilícitas, la vida le había arrebatado ya a otro de sus vástagos, Rafael, alias “El Pony”, junto a sus escoltas—un detalle que sugiere que la juventud no siempre se dedica al estudio y la recreación sana.

No podemos olvidar al otro hijo, Manuel, “El Pantera”, quien también disfruta de la hospitalidad del estado en unas instalaciones penitenciarias. La familia, en un admirable ejemplo de cohesión, parece empeñada en reunirse, ya sea en la cúspide del poder municipal o en los calabozos de la nación.

Mientras tanto, en Santiago Jamiltepec, la vida sigue su curso. Los ciudadanos, esos extras en la obra magna de la clase política, observan cómo la violencia, esa herramienta de gestión por otros medios, se ceba con quienes prometieron gobernarlos. Las investigaciones avanzan, como suele decirse, lo que significa que los papeles se acumulan en un escrituro mientras la próxima tragedia espera su turno en el guion. Todo está en orden en la costa.

ANUNCIATE CON NOSOTROS

Scroll al inicio