En mis más de dos décadas liderando procesos de cambio en organizaciones, he aprendido una verdad fundamental que contradice a muchos manuales: la transformación digital nunca es sobre tecnología. Recuerdo vívidamente un proyecto millonario de implementación de un ERP en una multinacional. Contratamos el software más avanzado, con todos los módulos y funcionalidades imaginables. El fracaso fue estrepitoso. ¿La razón? Habíamos invertido el 90% del presupuesto en licencias y hardware, y solo un 10% en capacitar y acompañar a las personas que debían usarlo a diario.
La lección fue dolorosa, pero invaluable: la tecnología es el vehículo, pero las personas son el motor. Una herramienta digital, por sofisticada que sea, no transforma nada por sí sola. He visto intranets modernísimas convertirse en cementerios de información y plataformas de colaboración usadas meramente como calendarios glorificados. El cambio real ocurre cuando logras que el equipo internalice el propósito detrás de la herramienta, cuando entienden no solo el qué sino el porqué.
Lo que sí funciona, y lo he comprobado una y otra vez, es la co-creación. En lugar de imponer soluciones desde la alta dirección, ahora formamos equipos multidisciplinarios con representantes de todos los niveles. Son ellos quienes diagnostican los cuellos de botella y proponen las soluciones digitales. Este enfoque no solo genera mayor adopción, sino que descubre talento oculto dentro de la organización. Una de mis mejores arquitectas de procesos comenzó como una asistente administrativa que nadie escuchaba hasta que le dimos un espacio en la mesa.
La resistencia al cambio es natural, no es un defecto de carácter. He aprendido a interpretarla no como un obstáculo, sino como un termómetro que mide el miedo y la incertidumbre. Gestionar esa ansiedad requiere una comunicación transparente y constante, no solo anuncios esporádicos. Implica crear espacios seguros para expresar dudas y reconocer abiertamente que el camino tendrá baches. La credibilidad no se gana con discursos optimistas, sino con honestidad brutal y apoyo tangible.
Al final del día, el éxito de cualquier iniciativa digital se mide por un indicador simple pero profundo: ¿ha mejorado la vida laboral de las personas? ¿Les quita carga burocrática? ¿Les da información valiosa para decidir mejor? ¿Les permite concentrarse en lo que realmente importa? Si la respuesta es sí, entonces sí estamos transformando. Si no, solo estamos digitalizando el desorden. Y esa es una distinción que solo la experiencia te enseña a ver.