Ciudad de México.- Desde mi experiencia en gestión ambiental urbana, he aprendido que las ciudades son organismos vivos que requieren adaptación constante. El plan del Gobierno de la Ciudad de México para reverdecer la capital, excluyendo a las palmeras, no es una simple ocurrencia; es una corrección de rumbo basada en décadas de observación. La jefa de Gobierno, Clara Brugada, ha detallado que estos emblemáticos ejemplares serán reemplazados por especies nativas como duraznillo, tejocote o arrayán. He visto de primera mano cómo estas variedades autóctonas, a diferencia de las palmeras, no fracturan el pavimento con sus sistemas radiculares y se convierten en un aporte directo al embellecimiento y a la resiliencia ambiental de la urbe.
La iniciativa surge tras una infestación masiva de un hongo patógeno que afecta a aproximadamente 9,000 de los 15,000 ejemplares que habitan la ciudad, una agonía lenta que comenzó en 2011. En proyectos anteriores, he comprobado que cuando una especie no nada contra corriente, suele ser más sensata su sustitución que su salvamento, por muy dolorosa que sea la decisión. El cronograma establece que entre septiembre y diciembre de este año serán retiradas 1,500 palmeras que ya muestran síntomas letales, un riesgo tangible para la seguridad ciudadana. El resto se extraerá durante el sexenio actual, concentrándose el esfuerzo en las alcaldías Benito Juárez, Cuauhtémoc, Coyoacán y Miguel Hidalgo, donde reside el 86% de esta población vegetal.
Recuerdo que las palmeras, principalmente de la especie phoenix canariensis, llegaron a México en la década de 1940, durante el sexenio de Miguel Alemán. La historia cuenta que el mandatario, impresionado por el entorno tropical de Beverly Hills tras un viaje a Los Ángeles, ordenó incorporarlas en el diseño urbano. Es una lección clásica: importar un elemento paisajístico sin considerar su adaptabilidad ecológica a largo plazo siempre genera problemas. La Secretaría del Medio Ambiente (Sedema) y la Secretaría de Obras y Servicios (Sobse) coordinarán este complejo operativo. Sedema desplegará alrededor de 120 especialistas—trepadores, dictaminadores, biólogos y podadores capacitados para trabajar en altura—junto con 25 unidades y equipos pesados.
La parte más crucial, y donde he visto fracasar muchos proyectos, es el mantenimiento post-plantación. Por ello, me complace que el plan incluya la formación de cuadrillas que operen en vialidades y parques de alto tránsito, con metas semanales claras de derribo, destoconado y, sobre todo, plantación. Cada árbol nativo sustituido contará con labores de riego, mantenimiento y monitoreo continuo para garantizar su establecimiento exitoso. No se trata solo de cortar; se trata de construir un nuevo ecosistema urbano, más resiliente y autóctono, que las próximas generaciones puedan disfrutar. Es un proceso doloroso pero necesario, un paso esencial hacia una capital verdaderamente sustentable.













