Nacional
La Travesía Sagrada Maya convierte el mar en un altar de sudor y promesas
Un viaje épico donde el sudor y la sal se mezclan con la espiritualidad milenaria.

En un espectáculo que mezcla el fervor religioso con el marketing disfrazado de folclor, 296 valientes (o acaso inconscientes) almas decidieron que la mejor manera de honrar a una diosa milenaria era remar 20 kilómetros bajo un sol que derrite hasta las intenciones más puras. Así culminó la decimoséptima edición de la Travesía Sagrada Maya, un evento donde la espiritualidad y el turismo se dan la mano, aunque sea con un apretón calculado.
La diosa Ixchel, patrona de la fertilidad y el tejido (y, al parecer, también de los itinerarios turísticos), recibió ofrendas modernas: no solo peticiones de buenas cosechas, sino selfies y hashtags. Las canoas llegaron a Xcaret —antes Polé, ahora parque temático— escoltadas por danzas rituales y el sonido de los aplausos, que curiosamente suenan igual que las monedas cayendo en una caja registradora.
Entre lágrimas, sudor y sal (ingredientes clave de cualquier reality show espiritual), los remeros alzaron sus remos como trofeos, demostrando que seis meses de entrenamiento sirven para algo más que ganar resistencia física: también para soportar discursos corporativos. Juanita Alonso, de la Fundación de Parques y Museos de Cozumel, no perdió la oportunidad de recordarnos que esto no es solo un ritual, sino una “oportunidad” —léase: negocio— para “poner en valor” las raíces mayas. Qué mejor manera de honrar a los ancestros que convirtiéndolos en atracción turística.
El momento más conmovedor llegó con el homenaje a Daniel Cruz, alias “el Inge”, jardinero de Xcaret y remador profesional, quien después de 17 años de servir como pilar humano de este circo sagrado, se retira… para seguir trabajando, pero “de apoyo”. Miguel Quintana Pali, fundador del Grupo Xcaret, lo elogió como “el talento” detrás de los jardines, en un discurso que, por un segundo, hizo dudar si hablaba de un empleado o de un accionista. “Le debemos nuestra vida a Daniel”, declaró, aunque uno sospecha que el sueldo de Daniel diría lo contrario.
Así, entre lágrimas corporativas y promesas de armonía con la naturaleza (mientras se venden entradas para verla tras un torno), la Travesía Sagrada Maya demostró una vez más que en el mundo moderno, hasta los dioses necesitan un buen departamento de marketing.

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