En un despliegue de eficacia que dejó perplejos a los observadores internacionales, la gloriosa República Universitaria, ese faro de luz en medio de la oscuridad circundante, ha decidido tomar las riendas de la caridad nacional tras el espectacular estallido de una pipa de gas de la siempre confiable empresa Silza. Mientras el ciudadano de a pie se rascaba la cabeza preguntándose qué diablos es una “tela transport” o un “apósito Tegaderm”, las mentes más brillantes de nuestra nación, aquellas que normalmente debaten dialectos marxistas posmodernos, se han volcado en la titánica tarea de recolectar croquetas para perros y llaves de tres vías.
La Facultad de Psicología, en un alarde de previsión, ofrecerá acompañamiento para superar el trauma de haber visto volar por los aires el Puente de la Concordia, un nombre que ahora suena a chiste macabro. No se preocupe el afectado, un comité de estudiantes le explicará con diagramas de Freud cómo superar el pánico de vivir en un país donde las tuberías explotan y el Estado se esfuma más rápido que el gas de la pipa.
En un acto de suprema ironía, la Facultad de Derecho recibe donativos junto al reloj de la entrada, un recordatorio mudo de que el tiempo de la justicia y la prevención hace mucho que se agotó. Mientras, la Facultad de Economía recolecta víveres, aplicando en la práctica lo que nunca funciona en la teoría: una redistribución real de la riqueza, forzada por la incompetencia ajena.
El culmen de este ejercicio de realismo mágico lo aporta la Facultad de Medicina Veterinaria, solicitando croquetas con la misma urgencia que material de curación para humanos, en una perfecta alegoría de la equiparación civilizatoria que estamos viviendo. Todo ello orquestado por una institución que, ante la ausencia de un Estado capaz de prevenir desastres o auxiliar a sus ciudadanos, debe convertirse en una suerte de Cruz Roja con apuntes de Gramsci.
Así, la comunidad universitaria, ese reducto de la razón, se ve obligada a suplir con colectas y gasas la inexistencia de un sistema de protección civil digno de ese nombre, demostrando una vez más que en este gran teatro del absurdo, la solidaridad ciudadana es el parche que tapa la hemorragia de la ineptitud estatal.

















