La violencia en Culiacán cobra otra vida inocente

Desde mi experiencia cubriendo la seguridad pública en la región, he sido testigo de cómo la violencia se recicla en patrones tristemente predecibles. El asesinato de Alfredo, un taxista de 45 años, en el boulevard Agricultores de la colonia Guadalupe Victoria, no es un incidente aislado, sino un eco de una crisis profunda que vivimos a diario.

Recuerdo casos idénticos donde hombres armados en un vehículo se emparejan con su objetivo, una táctica fría y calculada que he documentado innumerables veces. La crudeza del ataque, con múltiples disparos que le hicieron perder el control de su unidad hasta estrellarse contra un poste, deja poco espacio para la duda: se trató de una ejecución deliberada. El personal de Cruz Roja que arribó al lugar, colegas con los que he compartido incontables escenas difíciles, solo pudo certificar la falta de signos vitales, un protocolo que lastimosamente conocemos demasiado bien.

Lo más desgarrador es la escalada que esto representa. Hace apenas cuatro días, en la misma colonia, Luis Ramón, de apenas 20 años, fue perseguido y ultimado mientras intentaba refugiarse en un taller tras bajarse de su motocicleta. He visto cómo estas olas de violencia se propagan, dejando a comunidades enteras en un estado de perpetua zozobra. La Fiscalía General del Estado ha abierto la carpeta de investigación, pero, por experiencia, sé que el camino hacia la justicia está lleno de obstáculos.

Estos hechos van más allá de las estadísticas; son heridas abiertas en el tejido social. Nos recuerdan la vulnerabilidad de quienes solo buscan ganarse el sustento honradamente. La lección, dura y clara, es que hasta que no se ataquen las raíces estructurales de este flagelo, seguiremos lamentando pérdidas irreparables. La teoría se queda corta frente a la cruda realidad que vivimos en las calles.

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