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La violencia obliga a suspender clases en Navolato por seguridad

La comunidad toma medidas extremas para proteger a sus niños mientras las autoridades despliegan operativos de contención.

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La Cruda Realidad que Vivimos en las Comunidades

He sido testigo de cómo la violencia altera por completo la vida de una comunidad. Cuando los enfrentamientos entre grupos rivales estallan, como ocurrió esta madrugada en Villa Juárez, Navolato, la primera reacción siempre es proteger a los más vulnerables: los niños. La suspensión de clases en niveles básico y medio superior no es una decisión burocrática; es un instinto de supervivencia colectiva. Los padres, movidos por un miedo visceral a que sus hijos queden atrapados en el fuego cruzado, toman la determinación más sensata posible en medio del caos: mantenerlos en casa. Es una lección dura que hemos aprendido a lo largo de los años: la seguridad de la comunidad empieza por resguardar a los más jóvenes.

Recuerdo operativos similares en el pasado. Las autoridades, en un intento por restablecer la calma, despliegan elementos federales y estatales. Sin embargo, desde mi experiencia, estos operativos suelen ser reactivos. Llegan para contener, no para prevenir. La brevedad del comunicado de la Secretaría de Seguridad Pública del Estado es elocuente: se prioriza la acción sobre la información, lo que a menudo deja a la comunidad en un limbo de incertidumbre. No saber si se realizaron detenciones o si hay víctimas alimenta la rumología y la desconfianza hacia las instituciones.

El hallazgo del cuerpo de Oswaldo “N” en el campo de béisbol de Bachimeto es un recordatorio sombrío de la crudeza de esta problemática. He visto demasiadas veces cómo estos espacios, destinados a la recreación y la unidad comunitaria, se convierten en escenarios de tragedia. El estadio “Gustavo Plata Obeso”, frente a una unidad de salud, debería ser un símbolo de vida y salud, no de violencia. La paradoja es desgarradora.

La investigación que ahora inician las autoridades judiciales es crucial, pero el verdadero trabajo—el que perdura—es el de recopilar testimonios de la familia y vecinos. Es en ese tejido social donde se encuentran las pistas más valiosas y donde, en última instancia, se construye la resiliencia comunitaria. La lección que nos deja este triste episodio es clara: sin seguridad, no hay normalidad posible. La educación, la salud y la convivencia pacífica son los primeros eslabones que se rompen cuando impera la ley del más fuerte. Nuestra tarea, como comunidad experimentada, es no normalizar estos hechos y seguir exigiendo entornos seguros para nuestras futuras generaciones.

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