La viuda proclama a Manzo como el mejor presidente de México
En un espectáculo fúnebre de una patología nacional ya crónica, la plañidera oficial del municipio, Grecia Quiroz García, se dirigió a la multitud congregada para el homenaje póstumo del alcalde Carlos Manzo. Con la elocuencia propia de quien descubre que la realidad supera cualquier tragicomedia, declaró que no habían ultimado a un simple edil de Uruapan, sino nada menos que al mejor presidente de México. Según su proclama, habían segado la vida del único paladín que osaba alzar la voz, del único estadista que se atrevía a debatir y a vocalizar la verdad, todo ello sin el más mínimo temor a la orfandad de su prole, un detalle de una previsión paternal ciertamente conmovedora.
En un arrebato de gratitud hacia el populacho que la rodeaba, la consorte aseguró que el legado del mártir municipal no fenecería. “Sé que esta grey siempre lo secundó”, vociferó, “desde que recolectamos las firmas, desde que peregrinamos por las callejas suplicando apoyo… un respaldo destinado a transmutar tantas cosas que él anhelaba y que hoy han sido tronchadas”. Y, cual estandarte de una rebelión esperpéntica, anunció que proseguirían la batalla bajo la égida del “movimiento del sombrero“, una insurrección cuyos postulados ideológicos, sin duda, quedarán para la posteridad.
El esperpento en su contexto
El cronista Jenaro Villamil se hizo eco del dramático soliloquio. Los hechos, en su cruda y repetitiva absurdidad, relatan cómo Carlos Manzo, primer edil de Uruapan, fue ejecutado en un acto público, poco después de confraternizar con su familia y su vástago en brazos, en una escena que la retórica oficial calificaría de “hechos aislados”. El difunto había pregonado en múltiples ocasiones la inseguridad rampante y la ausencia de auxilio por parte de la federación. Había sido particularmente explícito al señalar que el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) ceñía sobre su cabeza una espada de Damocles. Una advertencia que, en el grandioso teatro de lo absurdo que es la política nacional, fue tratada con la misma seriedad que un monólogo bufonesco.
















