Las empresas mexicanas juegan a la ruleta rusa con la inteligencia artificial
En un alarde de fe ciega en la tecnología, comparable solo con la que tenían los pasajeros del Titanic en los constructores del barco, las corporaciones que operan en la República del Mañana (también conocida como México) han decidido que la mejor forma de abordar la Inteligencia Artificial es con los ojos vendados y una brújula rota. Según el oráculo moderno de la firma consultora KPMG, la inmensa mayoría de estas valientes entidades carece de cualquier mecanismo para evaluar los riesgos de estas tecnologías, procedimiento que, al parecer, consideran una molestia burocrática similar a usar cinturón de seguridad en un parque de diversiones.
El estudio que nadie quería leer
La investigación, titulada con la poesía administrativa de “Panorama de la inteligencia artificial en México y Centroamérica 2025, estrategias para acelerar la adopción efectiva”, desenterró una perla de sabiduría gerencial: el 38% de los encuestados confiesa que su evaluación de riesgos es “mínima y principalmente reactiva”, un eufemismo encantador para “actuamos cuando ya se ha incendiado la oficina”. Otro 38%, en un acto de honestidad brutal, admitió directamente que no cuenta con un mecanismo alguno, como si lanzaran dardos a una tabla de decisiones. Un residual 23%,
ese grupo de alumnos aplicados que siempre estropea la curva, afirmó que sí planea con base en evaluaciones y marcos de mitigación proactivos. ¡Qué aguafiestas!
Los augures de la consultoría declararon, con la solemnidad de quien anuncia que el agua moja, que “el nivel de entendimiento […] de la IA en la región sigue siendo incipiente”. Traducción al castellano: la mayoría está jugando con fuego nuclear sin saber qué botón apagar. Y añadieron, en una joya de lógica corporativa, que el hecho de que los riesgos no se contemplen “no significa que dichos riesgos no existan”. Una revelación que hubiera dejado boquiabierto al mismo Aristóteles.
Las deliciosas consecuencias de la ignorancia voluntaria
¿Y cuáles son esos riesgos fantasmales que todos ignoran? La lista es un menú de desastres gourmet: resultados deficientes (el algoritmo contrata a tu peor competidor), incumplimiento de normativas (multas que harían llorar a Midas), pérdida de confianza (los clientes huyen como de la peste) y una disminución de la competitividad tan pronunciada como el salario de un becario. El riesgo más exquisito es el de quedarse rezagado, una presión que ha llevado a las firmas a implementar herramientas con la misma reflexión con la que se compra un billete de lotería. Al omitir los aspectos éticos, han logrado incrementar “exponencialmente el nivel de amenaza”, un logro digno de medalla en los Juegos Olímpicos de la Imprudencia.
La solución de los sabios: un consejo que sonará a chino
Frente a este panorama dantesco, los sumos sacerdotes de KPMG han descendido del monte con unas tablas de la ley modernas. Su recomendación profética es, prepárense, “contar con una planeación sólida y marcos de gobernanza específicos para la IA“. ¡Toma ya! Una idea tan revolucionaria como sugerir que, para no ahogarse, es mejor aprender a nadar antes de lanzarse al océano. Afirman que esta es la mejor práctica para prevenir riesgos, una noción tan extravagante y novedosa que, sin duda, será archivada y olvidada en el cajón de las “cosas obvias que haremos… mañana”.




















