¿Y si las inundaciones no fueran solo una catástrofe, sino la crónica de un fracaso anunciado y una oportunidad disruptiva para reinventar nuestra convivencia con el agua? Los recientes eventos en Morelos y Sinaloa son un síntoma agudo de un paradigma obsoleto: luchamos contra el agua en lugar de diseñar sistemas que fluyan con ella.
La respuesta convencional—activar protocolos, desplegar brigadas, entregar víveres—es necesaria, pero profundamente insuficiente. Es la medicina de urgencia para una enfermedad crónica. La verdadera innovación no reside en mejorar la reacción, sino en volverla innecesaria. Imaginemos ciudades esponja, donde el pavimento permeable y los parques de retención convierten la amenaza de las precipitaciones torrenciales en un recurso almacenado para épocas de sequía.
En Morelos, donde más de 140 hogares quedaron anegados, la narrativa de la “ayuda tardía” debe evolucionar hacia la “autonomía comunitaria”. ¿Qué pasaría si cada colonia, comenzando por la golpeada Lázaro Cárdenas en Zacatepec, tuviera su propio sistema descentralizado de captación pluvial y jardines de lluvia? Transformaríamos el problema en solución, combatiendo la escasez con la misma agua que hoy nos inunda.
La situación en Sinaloa, con el colapso inminente de un canal de desagüe que obligó a evacuar una universidad, es una metáfora perfecta de la infraestructura rígida quebrada ante un clima cada vez más dinámico. En lugar de construir canales más resistentes, la disrupción propone infraestructura verde y azul: restaurar manglares y humedales que actúen como amortiguadores naturales, una solución que no solo previene desastres, sino que regenera la biodiversidad.
El verdadero Sistema de Comando de Incidentes del futuro no es una sala de crisis, sino una red de inteligencia colectiva y predictiva. Utilizando sensores IoT y modelos predictivos, podríamos anticipar los puntos críticos de inundación con días de antelación, movilizando recursos de forma proactiva, no reactiva. El Plan DN-III-E, heroicamente reactivo, debe complementarse con un “Plan de Resiliencia Nacional” de carácter permanente y transformador.
Estos fenómenos climáticos extremos son la nueva normalidad. La pregunta disruptiva no es cómo limpiaremos mejor después de la tormenta, sino cómo rediseñaremos nuestras comunidades para que la próxima tormenta sea absorbida, gestionada e incluso aprovechada. El agua no es el enemigo; nuestro diseño urbano y nuestra mentalidad cortoplacista, sí. El desafío es monumental, pero la oportunidad para una reinvención radical es aún mayor.