En un despliegue de patriotismo financiero digno de película de espías, una delegación pluripartidista de senadores mexicanos aterrizó en Washington con una misión sagrada: evitar que el Tío Sam meta sus manos grasientas en las remesas, ese maná celestial que sostiene a media economía nacional y financia el 90% de las quinceañeras en Puebla.
Armados con gráficas power point y el eterno mantra de la “diplomacia de abrazos“, los legisladores se reunieron con el embajador Moctezuma para pulir argumentos tan convincentes como “¿Cómo se atreven a gravar el sudor de nuestros migrantes?” y “Sin esos dólares, ¿quién comprará televisores en Elektra?”.
El equipo de la SRE, liderado por Velasco, prometió usar toda su artillería retórica: desde apelar a la “solidaridad continental” hasta amenazar veladamente con subir el precio de los aguacates. Mientras tanto, las senadoras Chávez y Ruiz practicaban miradas compungidas para conmover a los congresistas estadounidenses, técnica probada en sesiones presupuestales locales.
El clímax de esta ópera burocrática será el “diálogo estratégico” (léase: regateo de tianguis con corbatas), donde México intentará convencer a EE.UU. de que gravar remesas es como cobrar entrada al oxígeno. La pregunta que nadie hace: ¿Y si mejor creamos condiciones para que esos migrantes no tengan que mandar dinero?















