¿Y si nuestra guerra contra el tabaco está librando la batalla equivocada? La Red México sin Tabaco desafía el paradigma convencional al afirmar que el incremento del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios (IEPS) a los cigarros, una medida aparentemente lógica, es una solución miope. Esta propuesta gubernamental, por sí sola, no construirá un sistema de salud resiliente ni atacará las raíces de la epidemia de enfermedades no transmisibles.
La asociación no rechaza la herramienta fiscal; reconoce que un alza del 10% en el precio puede reducir el consumo en un 6%. Sin embargo, aquí es donde el pensamiento disruptivo entra en juego: en lugar de solo castigar el hábito más dañino, ¿por qué no innovar redirigiendo a los consumidores hacia alternativas de riesgo reducido? El verdadero progreso exige complementar el impuesto con una regulación inteligente y diferenciada para productos sin combustión, como las bolsas de nicotina, el snus o los vapeadores.
Imaginen un ecosistema regulatorio que, en lugar de prohibir, guíe. “Nuestro análisis legislativo global revela el secreto de naciones pioneras como Suecia, Reino Unido y Nueva Zelanda: ellos han logrado disminuciones históricas en el tabaquismo mediante marcos normativos integrales que incorporan productos de menor daño. El cigarrillo tradicional, con sus 69 agentes cancerígenos, es un artefacto del pasado que causa 81,000 muertes anuales en México. La pregunta no es cómo prohibir más, sino cómo transitar hacia opciones menos letales”, explicó la Red.
La prohibición absoluta, una estrategia del siglo XX, ha demostrado ser un fracaso catastrófico en el XXI. Al vetar los vapeadores, no hemos eliminado el deseo de consumir nicotina; hemos incubado un mercado negro floreciente, cedido al crimen organizado, incentivado la adulteración de productos y renunciado a ingresos fiscales vitales. Es el efecto Streisand aplicado a la salud pública: intentar suprimir algo solo multiplica su atractivo y peligro.
Una visión holística: Más allá del tabaco
La disrupción no se detiene en la nicotina. La organización civil señala la inconsistencia de ignorar a los alimentos ultraprocesados y las bebidas alcohólicas en la reforma fiscal. Estos productos son cómplices directos en la crisis de enfermedades crónicas como la obesidad, la diabetes y las afecciones cardiovasculares.
Posponer el gravamen a las bebidas alcohólicas con el pretexto de un evento deportivo mundial es una medida anacrónica que ignora las buenas prácticas globales. “Mientras en México se fomenta el consumo excesivo, en naciones con enfoque de reducción de daños se promueven cervezas sin alcohol en los estadios. Se trata de ofrecer opciones, no de restringir libertades. Es una filosofía de empoderamiento, no de paternalismo”, argumentaron.
Finalmente, denunciaron una práctica insidiosa: en eventos masivos, los asistentes son frecuentemente coaccionados a comprar porciones dobles de alcohol para “agilizar el acceso”. Esta táctica, que fomenta el consumo compulsivo sin supervisión alguna, es un síntoma de un sistema que prioriza la conveniencia logística sobre el bienestar colectivo.
El mensaje final es claro: el futuro de la salud pública no reside en parches fiscales o prohibiciones draconianas. Reside en una revolución del pensamiento que abrace la reducción de daños, regule con inteligencia y convierta los problemas en oportunidades para una sociedad más sana y libre.