Este sábado 15 de noviembre, la Ciudad de México fue testigo de una movilización histórica protagonizada por la Generación Z, un evento que partió desde el Ángel de la Independencia y culminó en el Zócalo capitalino con episodios de tensión que marcaron un antes y un después en las formas de protesta ciudadana contemporánea. La convocatoria masiva, organizada principalmente a través de plataformas digitales, logró congregar a miles de jóvenes cuyas demandas centrales giran en torno a la construcción de un México más seguro, justo y con instituciones transparentes.
Los organizadores estructuraron sus exigencias en tres ejes fundamentales: el combate frontal a la violencia que afecta particularmente a los jóvenes, la erradicación sistémica de la corrupción y la creación de mecanismos efectivos de participación ciudadana que garanticen la rendición de cuentas. La simbología desplegada durante la marcha revela la particular identidad de este movimiento, donde banderas inspiradas en el universo del anime One Piece se mezclaron con pancartas que recordaban el reciente asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, convirtiéndose este último en un emblema de la violencia política que denuncian.
El desarrollo de la protesta experimentó un giro significativo al alcanzar la plaza del Zócalo, cuando un grupo identificado como “Bloque Negro” rompió las vallas metálicas de seguridad instaladas frente al Palacio Nacional, desencadenando un intercambio de forcejeos y golpes con elementos policiales. Las imágenes que circularon posteriormente muestran momentos de alta tensión donde las fuerzas de seguridad capitalinas utilizaron extintores como medida de contención frente a los manifestantes más agresivos. Este episodio de confrontación física introdujo una dimensión conflictiva en lo que hasta ese momento había sido una manifestación predominantemente pacífica.
La respuesta institucional se manifestó incluso antes del desarrollo de la movilización. La presidenta Claudia Sheinbaum había emitido un llamado público para que la protesta se mantuviera dentro de los cauces pacíficos, reconociendo el derecho constitucional a la manifestación pero advirtiendo sobre la necesidad de evitar actos violentos. Posteriormente, desde su gobierno se ha señalado la existencia de presuntos vínculos entre el movimiento y lo que denominan “derecha internacional”, sugiriendo una campaña digital coordinada detrás de la convocatoria. Esta postura oficial refleja la complejidad política que rodea al surgimiento de la Generación Z como actor social.
El movimiento ha recibido expresiones de apoyo desde diversos sectores. Figuras públicas como Rojo de la Vega se han pronunciado a favor de las demandas juveniles, declarando que “nadie puede silenciar a una generación despierta”. Paralelamente, en el ecosistema digital se viralizaron numerosas expresiones de humor a través de memes, demostrando cómo la cultura internet se ha integrado orgánicamente en las formas de activismo contemporáneo. Esta dimensión cultural distingue notablemente a la Generación Z de movimientos precedentes.
Analistas políticos han comenzado a establecer comparaciones con el movimiento #YoSoy132 de 2012, identificando tanto continuidades como rupturas significativas. Mientras aquel surgió específicamente desde las universidades, la Generación Z representa una base demográfica más amplia y diversa. Su activismo se caracteriza por una relación simbiótica con la tecnología, utilizando las redes sociales no solo como herramientas de organización sino como espacios de construcción identitaria. La capacidad de articular demandas políticas tradicionales con lenguajes y estéticas propios de la cultura digital marca una evolución en el repertorio de la protesta social en México.
El desarrollo de esta movilización y su posterior tratamiento público evidencian la emergencia de un nuevo actor político cuyas características desafían las categorías tradicionales de análisis. La combinación de demandas convencionales con formas organizativas novedosas, la apropiación de elementos de la cultura pop como instrumentos de protesta y la tensión entre la dimensión pacífica mayoritaria y la radicalización de minorías dentro del movimiento, configuran un panorama complejo que probablemente influirá en el desarrollo del espacio público mexicano en los próximos años. La respuesta institucional a estas demandas y la capacidad del movimiento para mantener su momentum más allá del evento puntual de la marcha determinarán su impacto real en el sistema político nacional.















