El secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, realizó este viernes una valoración pública significativa sobre los esfuerzos de seguridad del Gobierno de México. En declaraciones formuladas en español, el alto funcionario estadounidense afirmó que “el gobierno de México está haciendo más en este momento en el tema de seguridad que jamás en su historia”. Este reconocimiento, emitido desde uno de los niveles más altos de la administración norteamericana, marca un punto notable en el discurso bilateral reciente, tradicionalmente complejo en materia de seguridad y lucha contra el crimen organizado.
Rubio, sin embargo, incorporó de inmediato un matiz de realismo a su elogio, añadiendo que “queda mucho por hacer, pero tenemos cooperación”. Esta precisión subraya la perspectiva de Washington: si bien se perciben avances y un compromiso sin precedentes por parte de las autoridades mexicanas, los desafíos estructurales persisten. La mención explícita a la “cooperación” existente es un elemento clave, pues refiere al entramado de mecanismos institucionales, intercambio de inteligencia y operaciones coordinadas que se han ido fortaleciendo, a veces de forma discreta, entre agencias de ambos lados de la frontera.

El contexto de estas declaraciones no es menor. El secretario de Estado enmarcó la cuestión dentro de lo que identificó como la “amenaza más importante en la región”: los “grupos terroristas criminales”. Esta terminología, que equipara la actividad de las organizaciones delictivas transnacionales con el terrorismo, refleja una postura estratégica de Estados Unidos para abordar la violencia y la desestabilización que estos grupos generan. Rubio señaló que esta amenaza es “la razón de la violencia” y destacó que, para enfrentarla, existen “gobiernos que cooperan”, enumerando a Panamá, Costa Rica y El Salvador junto con México.
Esta visión regional es fundamental. Al colocar los esfuerzos de México dentro de un esquema de colaboración más amplio en Centroamérica, Rubio está reconociendo tácitamente que el problema del crimen organizado es de naturaleza hemisférica y que su solución requiere de una respuesta coordinada entre múltiples naciones. La mención de estos países sugiere que Estados Unidos observa y valora los distintos modelos de abordaje, desde los enfoques de mano dura hasta las estrategias más integrales, siempre que exista un canal de trabajo conjunto con Washington.
Las implicaciones prácticas de este reconocimiento son multifacéticas. En el plano diplomático, fortalece la posición del gobierno mexicano en futuras negociaciones, proporcionándole un capital político derivado del aval público de su principal socio. Para las agencias de seguridad de ambos países, sirve como un respaldo público a la cooperación técnica que ya se lleva a cabo, la cual puede incluir desde el entrenamiento de fuerzas especiales hasta el rastreo de flujos financieros ilícitos. Además, este tipo de declaraciones puede influir en la percepción del Congreso estadounidense y de la opinión pública, potencialmente facilitando la aprobación de recursos o iniciativas conjuntas.
No obstante, el análisis debe considerar también las tensiones latentes. La relación en seguridad siempre ha sido delicada, tocando fibras sensibles de soberanía nacional y con un historial de desencuentros. El énfasis de Rubio en que “queda mucho por hacer” actúa como un recordatorio de que la expectativa desde Washington es de resultados continuos y medibles. La presión por contener el flujo de drogas hacia Estados Unidos y de armas hacia México, así como por gestionar la crisis de fentanilo, sigue siendo una constante que define los límites de este elogio.
En un aparte sobre otro actor regional, Rubio se refirió al presidente de Colombia como una “persona inusual”, pero aclaró que “a nivel institucional tenemos muy buenas relaciones”. Este comentario, aparentemente tangencial, refuerza el mensaje central: la política exterior estadounidense prioriza la estabilidad y la cooperación institucional por encima de las personalidades o los roces políticos ocasionales. Es una reafirmación del pragmatismo que busca guiar la relación con los países de la región, México incluido.
En definitiva, la intervención de Marco Rubio trasciende el mero comentario positivo. Constituye un análisis técnico-político desde la perspectiva de la seguridad nacional estadounidense, que concluye en un reconocimiento al esfuerzo mexicano actual como el más sustancial históricamente. Este posicionamiento establece un nuevo punto de partida para el diálogo bilateral, uno que parte del reconocimiento de un esfuerzo incrementado pero que, al mismo tiempo, deja claro que la cooperación y los resultados futuros son la moneda de cambio que sostendrá esta evaluación positiva en el tiempo. El verdadero impacto se medirá en la capacidad de ambos países para traducir estas palabras en una seguridad tangible para sus ciudadanos.
















