México se ha posicionado como el país con la mayor carga de sarampión en la región de las Américas, según los últimos datos epidemiológicos disponibles. Al cierre del 19 de diciembre de 2025, el país concentra el 40.7 por ciento de todos los contagios confirmados reportados a la Organización Panamericana de la Salud (OPS), superando a naciones como Estados Unidos y Canadá, que tradicionalmente habían liderado los brotes recientes de esta enfermedad.
La Secretaría de Salud de México ha reportado más de 5,800 casos confirmados en el territorio nacional, una cifra que no solo refleja una situación crítica a nivel doméstico, sino que también altera el panorama epidemiológico regional. Este dato es particularmente significativo porque el sarampión es una enfermedad prevenible mediante vacunación, cuya reemergencia señala fallas importantes en la cobertura de inmunización.
La transmisión del virus mantiene una actividad preocupantemente alta y ampliamente distribuida. En la actualidad, se ha confirmado circulación activa en 29 de los 32 estados del país, afectando a 196 municipios. Esta dispersión geográfica abarca tanto grandes centros urbanos como comunidades rurales, lo que complica las estrategias de contención y demuestra la capacidad del virus para explotar cualquier bolsa de susceptibilidad. El análisis de los casos revela un patrón claro: los menores de cinco años constituyen el grupo de edad más afectado. Les siguen, en orden de frecuencia, adolescentes y adultos jóvenes, cohortes que, por diversas razones, no cuentan con esquemas completos de vacunación. Este perfil epidemiológico subraya las consecuencias de décadas de coberturas subóptimas y la acumulación de individuos susceptibles.
Ante esta emergencia sanitaria, las autoridades sanitarias mexicanas han reiterado un llamado urgente y extenso a la vacunación. La recomendación abarca a toda la población desde los 0 hasta los 49 años de edad, con especial énfasis en quienes no tienen un comprobante de vacunación o no recuerdan haber recibido la vacuna. La inmunización de referencia es la vacuna triple viral (SRP), que protege contra sarampión, rubéola y paperas. “La vacunación es la herramienta más eficaz para cortar las cadenas de transmisión y prevenir complicaciones graves”, han subrayado los expertos. Esta afirmación se sustenta en el potencial severo de la enfermedad, que va más allá de la fiebre y el exantema característicos. El sarampión puede derivar en complicaciones como neumonía, encefalitis (inflamación del cerebro), sordera permanente e, incluso, la muerte, riesgos que se elevan dramáticamente en lactantes, niños pequeños y personas con sistemas inmunológicos comprometidos.
La situación en México trasciende sus fronteras y se convierte en un asunto de relevancia regional. La OPS ha señalado que el incremento de casos en el país influye de manera significativa en el comportamiento epidemiológico de toda América, un efecto impulsado por la alta movilidad poblacional y los constantes flujos migratorios. La interconexión de la región significa que un brote en un país puede rápidamente convertirse en una amenaza para sus vecinos si existen poblaciones no inmunizadas. Por esta razón, organismos internacionales han insistido en la necesidad de reforzar no solo las campañas de vacunación masiva dentro de México, sino también la vigilancia epidemiológica en puntos estratégicos como fronteras, aeropuertos y estaciones de autobuses. La coordinación binacional y regional se antoja imprescindible para controlar la propagación.
El resurgimiento del sarampión en México, hasta el punto de liderar las estadísticas continentales, actúa como un indicador contundente del estado de la salud pública. Más allá de las cifras, expone las consecuencias de permitir que decaiga la vigilancia sobre enfermedades que se consideraban controladas. La solución, técnicamente clara, reside en recuperar y sostener coberturas de vacunación por encima del 95 por ciento, el umbral necesario para lograr la inmunidad de grupo. Cada caso confirmado representa no solo un fracaso del sistema para proteger a un individuo, sino un eslabón en una cadena de transmisión que pone en riesgo a los más vulnerables. La respuesta requerida es una combinación de logística impecable, comunicación efectiva para combatir la desinformación y un esfuerzo sostenido que recuerde que el éxito de la vacunación se mide, precisamente, por la ausencia de la enfermedad que previene.
















