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México fija precios mínimos al jitomate exportado sin consultar a productores

El gobierno mexicano impone precios mínimos al jitomate exportado, generando dudas sobre su impacto real en el mercado.

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En un acto de genialidad burocrática digna de los anales del realismo mágico, el gobierno mexicano ha decidido que la mejor forma de combatir los aranceles estadounidenses es… ¡impuestos autorregulados! Así es, mientras Washington aplica un castigo económico del 17.09% al jitomate mexicano, nuestras autoridades responden con una autopalmada digna de un cómico: fijar precios mínimos de exportación sin consultar a los productores ni hacer investigación alguna. ¿El resultado? Un experimento económico que parece escrito por Kafka en colaboración con el Chavo del Ocho.

Las secretarías de Economía y Agricultura, en un alarde de optimismo institucional, aseguran que esta medida “mantendrá el orden” y dará “certidumbre jurídica”. Lo que no mencionan es que el único orden garantizado será el de una torre de naipes a punto de derrumbarse. ¿Cómo? Pues estableciendo que el jitomate cherry debe venderse a $1.70 por kilo, el bola a $0.95 y el Roma a $0.88, como si el mercado internacional obedeciera a un capricho regulatorio.

Los expertos, entre risas nerviosas y gestos de incredulidad, señalan que esto solo refuerza la idea de que México practica dumping, justo lo que Estados Unidos denuncia. “¿Quién les pidió esto?”, se pregunta Juan Carlos Anaya, del GCMA, mientras el presidente del Sistema Producto Tomate admite que ni siquiera fueron consultados. Mientras tanto, el Consejo Nacional Agropecuario aplaude la medida como si ordenar precios por decreto fuese lo mismo que ordenar un menú en un restaurante.

La cereza del pastel (o mejor dicho, el jitomate cherry del absurdo) es que estos nuevos precios son hasta un 63% más altos que los del anterior acuerdo de suspensión. ¿Conclusión? México no solo se dispara en el pie, sino que lo hace con una escopeta recargada de burocracia. Y así, entre metáforas agrícolas y decisiones unilaterales, el campo mexicano sigue siendo el laboratorio de políticas que nadie pidió, pero que todos pagaremos.

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