México impone aranceles para frenar el trampolín de productos asiáticos
Detrás de un frío anuncio de política arancelaria —impuestos que van del 15% al 50% a más de mil 463 fracciones— se esconde una operación de alto nivel para redefinir el papel de México en el comercio global. La pregunta central que emerge es: ¿se trata de una genuina estrategia de fortalecimiento industrial o de una maniobra forzada ante un ultimátum?
En una entrevista exclusiva con EL UNIVERSAL, el subsecretario de Comercio Exterior, Luis Rosendo Gutiérrez Romano, reveló el verdadero catalizador de la medida. “Estados Unidos nos dijo ya párenle a ese trampolín de exportaciones chinas”, declaró, citando las palabras de sus contrapartes del norte. La acusación es grave: empresas estarían usando el Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC) para reintroducir mercancías de China, Indonesia o Tailandia con un mínimo valor agregado, apenas “un clavo o un tornillo”.
Pero, ¿cómo se llegó a esta lista específica de productos? Gutiérrez Romano describe un análisis pormenorizado, fracción por fracción, realizado en conjunto con la industria nacional. El objetivo declarado era dual: blindar a los fabricantes locales de la competencia desleal de productos con precios artificialmente bajos —hasta un 40% inferiores al mercado— y, al mismo tiempo, asegurar que existiera proveeduría alternativa en naciones con tratados comerciales. “La autoridad mexicana no permitirá que hagan su negocio de trampolín“, sentenció el funcionario, quien ha ocupado cargos clave en Hacienda y en el gobierno capitalino.
El regreso calculado del proteccionismo
La narrativa oficial habla de un proteccionismo estratégico. No es un regreso ciego a las políticas del pasado, sino una herramienta para, según la teoría expuesta, “fomentar la sustitución de importaciones” y atraer inversiones para proveedores. “Si tú puedes proteger a la industria elevando aranceles, entonces ya pueden competir”, argumenta Gutiérrez Romano, trazando un claro quiebre con la era de las tarifas tendiendo a cero.
Sin embargo, el escepticismo es obligatorio. ¿Realmente la industria mexicana puede llenar el vacío en plazos tan cortos? El propio subsecretario reconoce que el proceso “tomará tiempo”, pero se muestra optimista. Asegura que, incluso en el complejo sector de autopartes, se pueden desarrollar proveedores nacionales en “uno, dos o tres años”. El plan se extiende a plásticos, electrodomésticos y accesorios vehiculares, sectores actualmente dominados por las importaciones asiáticas.
Los números detrás de la decisión
La dimensión económica de la medida es vasta. Los aranceles impactarán importaciones por un valor total de 29.4 mil millones de dólares, divididos en 17.9 mil millones en bienes terminados y 11.5 mil millones en insumos. Las industrias afectadas son clave: calzado, siderurgia, aluminio, textiles, muebles, marroquinería, cosméticos y, por supuesto, la siempre sensible industria automotriz.
La justificación final, más allá de las presiones geopolíticas, se ancla en la protección del empleo. Gutiérrez Romano afirma que esta barrera arancelaria salvaguardará 350 mil puestos de trabajo en territorio nacional. Una cifra que busca convertir una decisión de política comercial en un argumento de defensa social y económica.
La conclusión que se impone tras escarbar en las capas de este anuncio es reveladora. México no está actuando en un vacío estratégico, sino respondiendo a una presión explícita dentro de la renegociada dinámica del T-MEC. El “trampolín” se ha cerrado, pero la incógnita persiste: ¿esta forzada reconfiguración de cadenas de suministro será el catalizador para una genuina transformación industrial o solo un parche costoso en un sistema global fracturado? El tiempo, y la capacidad de la industria para responder al desafío, tendrán la última palabra.












