México importa reses australianas para salvar su genética bovina

En un giro épico que hubiera hecho llorar de emoción al mismísimo Jonás de la vaca sagrada, México ha decidido que la salvación de su ganado nacional no vendrá de sus propios pastizales, sino de las antípodas. Ocho mil catorce reses australianas, más viajadas que un influencer en crisis existencial, han desembarcado en Mazatlán con un propósito tan noble como absurdo: “mejorar la genética bovina nacional”. Porque, claro, ¿qué mejor que cruzar vacas acostumbradas a saltar con canguros para que los hatos mexicanos aprendan a brincar la burocracia agraria?

Las autoridades, con la solemnidad de un toro en un museo de porcelana, aseguran que estos ejemplares —inspeccionados por cuatro veterinarios que seguramente añoran el tequila— están libres de enfermedades exóticas como la “lengua azul” (que suena a mal nombre de banda de punk) o la “leucosis” (que parece el último estreno de Marvel). Eso sí, nadie ha verificado si padecen “síndrome de superioridad colonial”, considerando que su ADN ahora es más valioso que el de un político con maestría en Harvard.

El Senasica, mientras tanto, celebra este “intercambio cultural” como si fuera un reality show ganadero: “¡Bienvenidas a su nueva patria, señoras vacas! Aquí las esperan establos con mariachi y tortillas transgénicas”. Eso sí, omiten mencionar que, mientras el campo mexicano se endeuda para comprar genética extranjera, los campesinos locales siguen ordeñando sueños a punta de subsidios. Pero qué importa: pronto tendremos terneros bilingües que mugirán con acento aussie.

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Y lo mejor está por venir: en 2025 llegarán dos barcos más de este “programa de mejora”, porque nada dice “soberanía alimentaria” como depender de ganado que viaja más que el presidente. Eso sí, si las reses australianas supieran que las trajeron para “fortalecer la raza”, probablemente exigirían visa de trabajo. O un tratado de libre pastoreo.