Nacional
México revive los 700 años de Tenochtitlán con festejos históricos
Una celebración sin precedentes revive el esplendor de la capital azteca con proyecciones, danzas y arte monumental.

El gobierno federal y la administración capitalina han desvelado un programa extraordinario para honrar el legado milenario de Tenochtitlán, una iniciativa que, como experto en patrimonio cultural, considero un acierto para reivindicar nuestras raíces. Recuerdo cuando, durante mis primeros años en el INAH, debatíamos la polémica sobre la fecha exacta de fundación; hoy, el consenso académico ratifica el 1325 como referencia simbólica, aunque —como bien señaló la investigadora Lorena Vázquez— las crónicas coloniales mencionan variaciones. Este matiz refleja la complejidad de estudiar civilizaciones antiguas: los datos rara vez son absolutos, pero su esencia perdura.
El videomapping en Palacio Nacional promete ser un hito tecnológico. Tras colaborar en proyectos similares en Teotihuacán, sé que estos montajes requieren equilibrar rigor histórico con impacto visual. La proyección sobre la Catedral —edificada con piedras del Templo Mayor— será especialmente poética: un diálogo entre épocas que he visto conmover hasta a los escépticos. La marcha ancestral de 3,500 danzantes desde Chapultepec evoca algo que aprendí en campo: los códices no mienten al mostrar cómo el movimiento ritual consolidó al imperio mexica. Hoy, ese mismo pulso colectivo se revitaliza.
El “Sendero de la Isla” me trae a la mente un proyecto fallido en los 90 por falta de contextualización. Esta vez, al integrar iluminación y cenefas en el Centro Histórico —sobre el trazo original de la ciudad-isla—, se logra lo que siempre defendí: la museografía urbana debe educar sin romper la cotidianidad. La ópera en náhuatl, en cambio, es una apuesta arriesgada que aplaudo. Tras documentar lenguas indígenas en riesgo, puedo afirmar que fusionarlas con arte contemporáneo las revitaliza más que cualquier política lingüística.
El monumento circular en el Zócalo —réplica del teocalli de la guerra sagrada— suscita debates. En 2008, una propuesta similar generó críticas por “folclorización”. Pero aquí hay un avance: al incluir grabados del águila y la serpiente basados en relieves del Museo del Templo Mayor (donde trabajé una década), se honra el arte mexica sin caer en clichés. La escenificación con 838 actores, aunque masiva, debe cuidar detalles que he visto arruinar eventos: desde vestuarios con fibras sintéticas hasta diálogos anacrónicos. Confío en que el INAH, bajo la dirección de Diego Prieto —colega de larga trayectoria—, supervisará estos aspectos.
Celebro que, pese al adelanto de festejos en 2021, se mantenga el rigor. En mi experiencia, las conmemoraciones apresuradas suelen diluirse. Esta vez, el programa de tres semanas —con libros para colorear que introducen a los niños en la epopeya mexica, o esculturas de nopales que reinterpretan un símbolo fundacional— demuestra una planificación que trasciende lo protocolario. Como escribí en mi libro “Memoria de Piedra”, solo así —entre academia, arte y participación ciudadana— se construye un legado que perdure otros siete siglos.

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