Morelos recuerda a las víctimas del 2 de octubre de 1968

El Eco de una Promesa en Tierra de Zapata

En el corazón de Cuernavaca, bajo un sol que no lograba disipar la sombra de un recuerdo colectivo, funcionarios del gobierno de Margarita González Saravia realizaron el protocolario izamiento de la bandera a media asta. El acto, encabezado por Javier García Chávez, jefe de la Oficina de la Gubernatura, conmemoraba a los estudiantes caídos en la matanza de Tlatelolco. Pero, ¿es suficiente un minuto de silencio para honrar décadas de exigencia de justicia?

Las declaraciones de los altos mandos resonaron con un compromiso inquebrantable. “En este gobierno nunca habrá represión”, afirmó García Chávez, presentando la libertad de prensa y la crítica como el legado vivo de aquellos jóvenes. Sin embargo, la pregunta que flota en el ambiente es inevitable: ¿cómo se materializa esa promesa en un país donde la herida del autoritarismo sigue supurando?

La secretaria de las Mujeres, Clarissa Gómez Manrique, profundizó en el significado de la fecha, describiéndola no solo como una huella profunda, sino como un símbolo eterno de resistencia. Su relato conectó las demandas estudiantiles de 1968 con las luchas de campesinos y maestros, tejiendo una red de solidaridad que trascendió la capital. ¿Qué conexiones ocultas permanecen en los archivos oficiales sobre la participación morelense en aquel movimiento?

La investigación revela que los estudiantes de la entonces Universidad Autónoma del Estado de Morelos no fueron espectadores pasivos. Movilizados por una tradición crítica, su eco se sumó al clamor nacional. Este dato, a menudo pasado por alto, plantea un nuevo interrogante: ¿la narrativa oficial ha minimizado la verdadera extensión del movimiento social en el interior de la República?

La frase más reveladora, “nunca más un estado contra su pueblo”, pronunciada por Gómez Manrique, cierra el acto como un juramento. Pero la verdad periodística exige ir más allá de las palabras. La persistente búsqueda de justicia para las víctimas del 68 y la vigilancia constante sobre el poder son los únicos tributos que pueden convertir esa promesa en una realidad incuestionable, no solo en Morelos, sino en todo México.

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