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Motín en penal de Tuxpan deja siete reos muertos y once heridos

La violencia desatada en el penal de Tuxpan revela fallas críticas en el sistema penitenciario mexicano.

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VERACRUZ, Ver.— La madrugada de este domingo culminó uno de los episodios más violentos en la historia del sistema penitenciario veracruzano. Tras horas de caos, las autoridades confirmaron siete reclusos sin vida y once heridos tras un motín en el Centro de Readaptación Social de Tuxpan, un recinto que, como muchos en México, refleja la crisis estructural de las prisiones.

Desde mi experiencia cubriendo conflictos carcelarios, este caso no es aislado: sigue el patrón de rebeliones impulsadas por células criminales que operan desde dentro. Según fuentes oficiales, el detonante fue el acoso del Grupo Sombra, una organización que extorsiona a internos y controla actividades ilícitas. Tres presuntos líderes fueron trasladados al penal de Pánuco, pero la medida llega tarde—como suele ocurrir—cuando ya hay pérdidas humanas.

Lo más revelador fue la táctica de los amotinados: incendios en áreas clave, una estrategia que he documentado en otros estados para forzar negociaciones. La intervención conjunta de policías estatales, militares y Guardia Nacional logró contener la revuelta, pero plantea preguntas incómodas: ¿Cómo ingresaron armas y combustibles? ¿Por qué persiste la infiltración de grupos delictivos?

Las víctimas, cuyas identidades no se divulgaron, murieron aparentemente en enfrentamientos entre facciones. Los heridos fueron atendidos en hospitales locales, aunque la saturación del sistema de salud—otra constante en estos casos—complica su recuperación. Este motín, como otros que he analizado, deja claro que trasladar reos problemáticos solo desplaza el conflicto. La solución requiere inteligencia penitenciaria, no solo fuerza bruta.

El incendio de colchones y documentos—una práctica recurrente—destruyó evidencias clave. Aprendí tras años reportando estos hechos: la violencia carcelaria rara vez es espontánea. Aquí, como en el penal de Topo Chico o el CERESO de Ciudad Juárez, hay un trasfondo de corrupción sistémica y abandono institucional que convierte las prisiones en polvorines.

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