En un acto de benevolencia corporativa sin precedentes, el Gran Hermano del Streaming, Netflix, ha emitido un nuevo edicto para sus leales vasallos en México. A partir del próximo doce de octubre, la opción de disfrutar de una narrativa audiovisual sin la sagrada interrupción de los cantos comerciales será erradicada, declarada herejía en la nueva religión del consumo perpetuo.
Los herejes que osaban pagar 169 pesos por el arcaico privilegio de una pantalla y su paz mental serán, por supuesto para su propio bien, trasladados a la fuerza al nuevo catecismo: el Plan Estándar con Adoctrinamiento Publicitario. Por el módico precio de 119 pesos, el siervo moderno recibirá el doble de pantallas y la calidad Full HD, junto con la iluminación espiritual que proporcionan los mensajes sagrados sobre papitas fritas y coches nuevos.
Esta migración forzosa no es, nos aseguran desde el Ministerio de la Verdad Entretenida, un artero movimiento para incrementar los flujos de caja y regalar nuestros datos a los mercaderes del templo. Es, en realidad, una elevación. Una oportunidad para que las masas experimenten la dicha de la programación dual: la que ellos eligieron y la que un algoritmo decide que deben anhelar. Bienvenidos al futuro, donde la elección es una ilusión y el receso publicitario es el verdadero contenido.













