Normalistas de Chiapas paralizan CDMX exigiendo justicia por homicidio

Un grito de indignación recorre el asfalto de la Ciudad de México. Estudiantes de la Escuela Normal Rural Mactumatzá transforman el Paseo de la Reforma en un escenario de resistencia, utilizando el arte del bloqueo como lienzo para pintar su exigencia: justicia por el asesinato de uno de sus compañeros. ¿Qué ocurre cuando la pedagogía de la protesta supera las aulas? Estos futuros educadores escriben su lección más dura en las calles.

Mientras el gobernador Eduardo Ramírez Aguilar ignora sus demandas, los normalistas reinventan la geografía urbana. Su plantón no es solo una interrupción vial: es un semáforo en rojo para la impunidad. “No venimos a molestar, venimos a educar”, podría ser su consigna no dicha, mientras capitalinos descienden de unidades del Metrobús hacia estaciones de metro, convirtiéndose sin querer en testigos de esta clase magistral de activismo.

La muerte del estudiante de cuarto grado el 15 de mayo –coincidiendo con la huelga magisterial– expone la paradoja más cruel: las Fuerzas Policiales de Reacción Inmediata, diseñadas para proteger, ahora son señaladas como verdugos. ¿Cómo se reconfigura la seguridad cuando los guardianes se vuelven amenaza? Los normalistas responden con ingenio disruptivo: su protesta pacífica pero persistente es un algoritmo de resistencia que hackea el sistema de indiferencia.

Esta movilización no es un punto final, sino un código abierto de lucha. Los estudiantes advierten: replicarán su acción hasta que la verdad emerja. En un país donde la violencia institucional often se normaliza, su estrategia crea un nuevo paradigma: convertir cada calle bloqueada en un trending topic de conciencia social. La pregunta que lanzan al vacío es clara: ¿Cuántas avenidas deben ocupar antes de que su dolor sea visto como emergencia nacional?