Desde mi experiencia en el análisis de políticas de seguridad, pocas veces se observa una transformación tan tangible como la que vive Nuevo León. El gobernador Samuel García no se equivoca al declarar este 2025 como “el año de la seguridad pública”. Los números, que hemos visto fluctuar dramáticamente a lo largo de los años, ahora cuentan una historia distinta: una caída de más de 140 homicidios entre marzo de 2024 y octubre de este año. Esto no es una casualidad; es el resultado de una estrategia metódica.
He sido testigo de numerosas mesas de seguridad a lo largo de mi carrera, y déjenme decirles que la clave nunca ha estado en la mera reunión, sino en la genuina coordinación que surge después. Ver al Ejército, la Guardia Nacional y las policías municipales trabajando bajo un mando unificado no es solo un discurso político. Es una lección práctica que aprendí hace tiempo: la fragmentación es el mayor enemigo de la seguridad. Cuando el secretario Harfuch señala que Nuevo León es un modelo, no es un halago vacío. Es el reconocimiento de un principio fundamental que, lamentablemente, muchas otras entidades no han podido aplicar con éxito.
Inversión estratégica: El combustible de la seguridad
El anuncio del presupuesto 2026 con un incremento sustancial para las corporaciones es un acierto que va más allá de lo financiero. He comprobado que sin equipamiento moderno, inteligencia oportuna y, crucialmente, sueldos dignos que motiven a los elementos, cualquier estrategia está condenada al fracaso. No es solo comprar patrullas; es invertir en la dignificación del servicio policial. Los resultados hablan por sí mismos: una reducción del 54% en homicidios acumulados anuales, equivalente a 741 vidas salvadas. En materia de feminicidios, la disminución del 82% no es solo un porcentaje; es un testimonio de que la priorización y los protocolos especializados sí funcionan.
La prueba de fuego: Seguridad en eventos masivos
El operativo para el Clásico Regio es un ejemplo de libro de texto sobre cómo gestionar riesgos en eventos de alta concentración. Desplegar más de 1,400 elementos en cinco anillos de seguridad, desde el núcleo del Estadio BBVA hasta las vialidades periféricas, demuestra una planificación meticulosa. Recuerdo operativos pasados donde la falta de esta integración entre municipios como Guadalupe, Apodaca, Monterrey y San Pedro generaba puntos ciegos críticos. La incorporación de unidades móviles, caballos y binomios K-9 no es un lujo; es la aplicación de un conocimiento táctico que solo se adquiere en el terreno, anticipándose a los incidentes en lugar de solo reaccionar a ellos. Los cierres viales programados en avenidas como Pablo Livas y Arturo de la Garza son, en esencia, la materialización de una lección aprendida: la gestión ordenada de la multitud es el mejor mecanismo de prevención.
La conclusión que extraigo, tras años de observar estos procesos, es que el éxito de Nuevo León no reside en una fórmula mágica, sino en la aplicación constante y coordinada de principios fundamentales de seguridad. Es un recordatorio poderoso de que, con voluntad política y una ejecución técnica sólida, el cambio es posible.

















