El Gran Teatro de la Amnesia Nacional
En el grandioso y próspero reino de la Alternancia Perfecta, una noche de septiembre, cuarenta y tres jóvenes cometieron el imperdonable delito de existir. Su desaparición no fue un mero acto de barbarie, sino un sofisticado ritual de prestidigitación estatal donde los ciudadanos son las palomas que, ante los ojos atónitos de la nación, se esfuman en el aire enrarecido de la impunidad.
Hoy, once años después, celebramos con pompa y circunstancia el aniversario de este monumental ejercicio de olvido institucional. La herida, lejos de cerrarse, ha sido promovida a atracción turística del dolor, un sitio de peregrinación obligatorio para quienes aún creen en quimeras como la “verdad” o la “justicia”. Cada marcha, cada grito, es meticulosamente archivado en el gran museo de las causas perdidas, una sección especial del país dedicada a exhibir la paciencia infinita de un pueblo educado para conmemorar tragedias en lugar de prevenirlas.
México, en aquel glorioso 2014, era un modelo de eficacia bajo el mando ilustrado de la Partidocracia. Mientras el salario mínimo era una ocurrencia abstracta que apenas alcanzaba para comprar la ilusión de un futuro, las instituciones demostraban su vigor. Se creó el INE, una majestuosa maquinaria para legitimar el circo electoral cada seis años. Se capturó a un chapo, como quien atrapa un pez para soltarlo luego y presumir la hazaña de la pesca deportiva. Y murieron un Nobel y un comediante, porque en este país la literatura y la risa son también lujos efímeros.
El Caso Ayotzinapa es, en realidad, la obra maestra de un sistema que ha perfeccionado el arte de gestionar el dolor ajeno. No es una deuda, es una política de estado: la desaparición forzada como herramienta pedagógica para enseñar a las nuevas generaciones el precio de la disidencia. Los normalistas no están perdidos; son los embajadores itinerantes de una lección que el poder repite incansablemente: la memoria es molesta, pero la impunidad es eterna. Once años después, la farsa continúa, y los únicos que parecen no haber recibido el guion son aquellos que, neciamente, insisten en buscar a sus hijos.