Han pasado once largos años, y desde mi experiencia siguiendo de cerca la lucha social en México, puedo decir que la herida de Ayotzinapa no cicatriza; por el contrario, se ha convertido en un símbolo imborrable de la impunidad y la demanda de justicia que recorre las calles del país. Cada 26 de septiembre, como hoy, siento un déjà vu cargado de dolor y de una determinación inquebrantable.
Foto: El Universal.
Esta tarde, el Paseo de la Reforma, una avenida que ha sido testigo de innumerables capítulos de la historia nacional, vuelve a ser el escenario de una manifestación profundamente significativa. La movilización, que partió del Ángel de la Independencia con destino al Zócalo capitalino, no es un evento aislado; es el eco de una década de preguntas sin respuesta y de una verdad sistemáticamente negada. He visto cómo, con los años, la consigna “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!” ha traspasado generaciones.
La Secretaría de Seguridad Ciudadana (SSC) ha desplegado un operativo con agentes de tránsito y seguridad. Conozco bien la dinámica: el objetivo es encauzar a los contingentes y mitigar el impacto en la movilidad, pero la verdadera prioridad tácita es contener la indignación. Las afectaciones viales, que se extienden desde la Glorieta de la Diana Cazadora hasta el Eje Central Lázaro Cárdenas, son una consecuencia inevitable, un recordatorio físico de que la demanda de justicia no puede ser ignorada. A lo largo de mi carrera, he aprendido que cuando la sociedad se moviliza de esta manera, el “tráfico” que realmente se interrumpe es el de la indiferencia.
Los familiares, acompañados por estudiantes y organizaciones de la sociedad civil, iniciaron la caminata con una cuenta del uno al cuarenta y tres. Cada número representa una vida, una familia destrozada, un futuro arrebatado. Previo a la marcha, el abogado Isidoro Vicario, representante de los padres y madres, señaló la necesidad imperante de profundizar las líneas de investigación que involucran al ejército. Esto no es una mera declaración; es el reflejo de una lección aprendida a fuerza de obstáculos: sin abordar la responsabilidad de las estructuras de poder, no puede haber justicia verdadera.
Las autoridades han sugerido a los automovilistas utilizar vías alternas como el Circuito Interior o el Anillo Periférico. Es un consejo práctico, pero también una metáfora de lo que ha ocurrido con el caso: durante once años, se le ha pedido a la sociedad que tome desvíos, que evite mirar de frente el abismo de la desaparición forzada. Sin embargo, la marcha de hoy, como todas las anteriores, insiste en transitar por la avenida principal de la conciencia nacional, exigiendo que se enfrente la realidad por más compleja y dolorosa que sea. La verdad no admite atajos.