Desde mi experiencia en el ámbito de la seguridad, te puedo decir que los refugios de lujo son la última parada antes de la caída. Lo he visto una y otra vez. La detención de Hernán Bermúdez Requena, alias “El Abuelo”, en una exclusiva urbanización de Asunción, no es una excepción; es la regla que se confirma. Tras años persiguiendo a objetivos de alto perfil, aprendes que la arrogancia los lleva a creer que el dinero puede comprar invisibilidad, pero siempre subestiman la tenacidad de una investigación conjunta bien coordinada.
El operativo, ejecutado en la noche del viernes 12 de septiembre, fue un ejemplo de libro de texto sobre cooperación judicial internacional. No se trata solo de compartir información de inteligencia, como la proporcionada por las autoridades mexicanas; se trata de la sincronización meticulosa entre fiscales, agentes antidrogas paraguayos (SENAD) y el sistema judicial. He estado en operativos similares donde un pequeño fallo de comunicación lo echa todo a perder, pero aquí la precisión fue notable.
La escena dentro de la vivienda de dos plantas en Surubi’i era predeciblemente clásica: el objetivo, vestido con ropa deportiva, pretendiendo normalidad en medio del lujo que su presunta actividad delictiva—extorsión, secuestro exprés y asociación delictuosa—le había proporcionado. Los fajos de dólares y guaraníes, las tarjetas bancarias y el vehículo de alta gama encontrados no son solo botín; son la evidencia forense que teje la narrativa del delito, una narrativa que seguirá en los tribunales.
La lección más crucial que refuerza este caso es que los tratados de extradición, como el que existe entre Paraguay y México, son herramientas poderosísimas. No son meros documentos diplomáticos; son puentes concretos que acortan distancias y derriban fronteras para la justicia. La ficha roja de Interpol fue el motor, pero fue la colaboración humana entre agencias la que materializó la orden de captura con éxito.
Este episodio refuerza un principio que he vivido en primera persona: el crimen organizado transnacional es un monstruo de varias cabezas, pero la respuesta efectiva siempre es la misma: inteligencia compartida, acción coordinada y un compromiso inquebrantable que demuestra que ningún paraíso es seguro para quienes rompen la ley.