Operativo en Caborca decomisa arsenal y droga de grupo criminal

En mis años cubriendo la seguridad en el norte de México, he aprendido que cada operativo exitoso es un rompecabezas de inteligencia, coordinación y timing. El caso de Caborca, Sonora, es un ejemplo de manual. Las órdenes técnicas de investigación, que suenan a tecnicismo, son en realidad el fruto de semanas, a veces meses, de trabajo sigiloso. No se llega a un domicilio así por casualidad.

La cifra que más alarma a cualquier experto no son solo los 25 fusiles o la ametralladora calibre 7.62 mm, impresionantes por sí mismos. Son las 7 mil 500 cápsulas para artefactos explosivos artesanales. He visto de cerca el daño que estos componentes pueden causar; son la materia prima para el terror, utilizados en emboscadas y para instalar el miedo en las comunidades. La coordinación entre la Guardia Nacional, el Ejército Mexicano y la Fiscalía Estatal fue crucial aquí. La lección siempre es la misma: la descoordinación es el mayor aliado del crimen.

El hallazgo de droga sintética, junto con chalecos tácticos y una camioneta robada, pinta el retrato completo de una célula operativa, no un simple depósito. Esto indica logística, distribución y una clara intención de fortalecerse en el territorio. En la práctica, un decomiso de esta magnitud no solo desarticula temporalmente las operaciones; les inflige una pérdida logística y económica significativa. Cada fusil, cada cartucho, cada gramo de narcótico incautado es un recurso que tendrán que reponer, lo que los debilita.

Finalmente, el proceso de poner todo a disposición del ministerio público federal es tan crítico como el operativo mismo. De nada sirve la incautación si la evidencia no se maneja con pulcritud para construir un caso sólido. He visto grandes capturas desvanecerse por errores en esta fase última. Este caso en Caborca parece un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas: con inteligencia, fuerza conjunta y respaldo legal.