La caída de Baldemar Calderón Carrillo, alias “Don Balde”, no es solo un golpe al Cártel de Chiapas y Guatemala, sino un parteaguas en la geopolítica del narcotráfico. Este estratega, vinculado al CJNG, fue eliminado en un operativo que trascendió fronteras físicas y diplomáticas, revelando cómo el crimen organizado redibuja mapas de poder.
¿Qué sucede cuando las balas no respetan límites territoriales? La emboscada del 8 de junio en Frontera Comalapa expuso la fragilidad de los acuerdos binacionales. Calderón, guatemalteco que operaba como banquero de la ilegalidad junto a su hijo “El Teniente”, dejó un vacío que podría desatar una guerra fragmentada entre células criminales.
Su historial sangriento —incluido el ataque a agentes el 2 de junio— era solo la punta del iceberg. Fuentes advierten: “Los cabecillas invisibles moverán fichas tras esta afrenta en territorio chapín”. La pregunta disruptiva: ¿Podría este evento catalizar una colaboración regional genuina o profundizará las rivalidades entre cárteles?
Este episodio no es un final, sino un detonante. Mientras México y Guatemala miden sus declaraciones, las redes criminales ya innovan: migran a estructuras descentralizadas y contratan hackers en lugar de sicarios. La solución no está en más operativos, sino en descifrar el algoritmo oculto que alimenta su resiliencia.